Uruguay se despierta con una suavidad palpable cada segundo domingo de mayo.
Desde cruzar el Puente Giratorio en Carmelo -costumbre muy dominguera- hasta transitar las calles empedradas de Colonia del Sacramento o las playas doradas de Punta del Este, el país entero parece respirar más lento, más profundo. Es el Día de la Madre, y en cada rincón, la celebración adopta tonos de reverencia y alegría entremezcladas.
En el interior, en ciudades como Salto y Paysandú, los mercados bulliciosos de la mañana ofrecen un mosaico de colores y sonidos. Las flores, frescas del campo, se venden junto a dulces artesanales y tejidos, cada uno contando una historia de tradición y cuidado materno. «Este día es para que ellas sientan todo nuestro amor», explica un joven florista, mientras selecciona cuidadosamente las mejores rosas para un anciano que cuenta las monedas con manos temblorosas.
Más al este, en las tranquilas aguas de Rocha, las familias se congregan en las costas, donde el olor a asado se mezcla con el aire salado del Atlántico. Las madres, algunas observando el horizonte y otras sumergidas en la tarea de vigilar a niños que corren hacia el agua, representan un cuadro de tranquila vigilancia y amor inquebrantable.
En el norte, cerca de las fronteras con Brasil, las celebraciones toman un cariz más musical. En Rivera y Artigas, las guitarras y los acordeones se entremezclan con risas y cánticos, mientras las familias honran a sus matriarcas con canciones que hablan de raíces y pertenencia.
En el corazón de Montevideo, las radios transmiten mensajes y canciones dedicadas a las madres. En cada barrio, desde la Ciudad Vieja hasta el Prado, los aromas de la cocina se filtran por las ventanas abiertas, anunciando almuerzos donde las generaciones se sientan juntas, uniendo pasado y presente en torno a platos que son recetas de familia.
«No es sólo un día, es el reconocimiento de una vida», dice Sofía, mientras prepara el plato favorito de su madre en una cocina humilde de Tacuarembó. La escena se repite en cada departamento, cada ciudad, cada hogar uruguayo, donde las familias se reúnen para celebrar no sólo a las madres, sino el tejido de cuidado y sacrificio que ellas representan.
«Ser madre es aprender sobre la marcha, es enseñar con el ejemplo», reflexiona Valeria mientras mira a sus hijos jugar en una mañana algo lluviosa a pocas cuadras de la Plaza del Barrio Saravia, aquí en Carmelo.
Cada madre aquí, como ella, porta historias de luchas silenciosas y victorias discretas, cada una un capítulo único en el libro de la maternidad.
A medida que el día se cierre y las sombras alargan, los uruguayos de todas las edades y de todos los rincones del país concluyen sus celebraciones. El mate sigue circulando, las historias siguen fluyendo, y las madres, en el centro de todo, son reverenciadas con una devoción que va más allá de las palabras.
Así, en el vasto y diverso paisaje de Uruguay, el Día de la Madre se convierte en una pausa para honrar a quienes son, en muchos sentidos, el verdadero corazón del hogar y del país.
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