A Mary Haboush Shaia, muchos la reconocemos como «la señora de los jazmines», dejó una huella imborrable en nuestra comunidad. Mujer de profundas convicciones religiosas, su fe católica se reflejaba en cada aspecto de su vida diaria. Todos los años, al llegar la primavera, Mary de su jardín con jazmines en flor no dudaba en compartir su belleza con los vecinos y transeúntes, obsequiándoles ramos que alegraban sus días.
Su partida, llena de coherencia y paz, ocurrió en un Oratorio, el lugar donde encontraba serenidad y fortaleza espiritual. Mary se destacaba no solo por su devoción religiosa, sino también por su carácter afable y su humor refinado. Siempre respetuosa, su presencia se sentía en los pequeños actos cotidianos que definían la vida en el barrio.
Cada mañana, Mary barría la vereda de su casa, un ritual que simbolizaba su amor por el orden y la limpieza. Su figura, inclinada sobre la escoba, se convirtió en una estampa familiar para todos nosotros. Además, Mary disfrutaba socializando, compartiendo charlas amenas con los vecinos, siempre dispuesta a escuchar y ofrecer una palabra de aliento.
Su legado va más allá de los jazmines y las conversaciones. Mary representa la esencia de la buena vecina, de la persona que, con gestos sencillos, construye comunidad y deja una marca indeleble en quienes la rodean. Su recuerdo vivirá en los corazones de todos aquellos que tuvimos la fortuna de conocerla y disfrutar de su bondad y generosidad. Ahora, Mary es parte del barrio en una forma infinita, y su espíritu continuará inspirándonos a ser mejores vecinos y mejores personas.
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