Por Elio García |
«Adiós sierras, montes, ríos y llanuras,
adiós Meco, Pelao, Rubio y Serrano,
chau Bilbao, Manuel y el Laucha van conmigo.
Ay, paisito mi corazón ta’ llorando…»
Los Olimareños – «Ta’ llorando»
El partido era tan malo que la charla terminó derivando en los uruguayos que saltaban en la tribuna. No se sacar números pero eran varios. Y un amigo me hizo notar que la fiesta uruguaya no estaba en el campo, estaba en las gradas.
No eran turistas. Estábamos viendo la diáspora uruguaya que se estableció ya hace algunas décadas en ese país del norte y no volvieron más porque obviamente se notaba que no les va mal.
Lo vimos en la previa, el periodista estaba fuera del estadio y ninguno de estos uruguayos andaban a pie ni mal vestidos. Uno de ellos desde una poderosa cuatro por cuatro gritó «Aguanté Goes carajo!!», se trataba de Martín, le dijo al tipo del micrófono que hacía diez años se había marchado del ‘paisito’. El tipo todo alegría che.
Marta, una rubia, con la celeste y unos lentes con cadenitas de aquellos, saludó a sus familiares en Rocha. Veinte años viviendo allá, «vine con mis padres y después vinieron también unos tíos y primos,» dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Fuimos viendo entrevista a entrevista a decenas y decenas de uruguayos y te decían que venían a ver a la gloriosa celeste desde Arizona, Texas, Alabama y todos sonreían.
El país de primera
El comentario viene a cuestión porque hay que combatir a la ignorancia. Desde hace mucho tiempo nos han estado mostrando datos que no son tan ciertos. Nos intentan medir con economías tan desarrolladas que cualquier comparación posible es propia del fanatismo. Con los números se inventan realidades que pasan desapercibidas para nuestros ojos que muchas veces perciben las cosas desde el prejuicio y la ligereza. Aquí ya no hay más crisis ni penurias, hay mesetas y enlentecimientos. El estado de bienestar es incuestionable y si lo pones en duda sos un facho.
No tengo ningún interés en medir fuerzas con la sociedad norteamericana, ni con los países desarrollados del llamado primer mundo. Porque no solo sería algo disparatado -estamos lejos de alcanzar tales realidades- sino que además, creo que la calidad de una nación no se mide en los números de coches que cruzan el peaje en verano rumbo al este y menos en los cero kilómetros que se venden anualmente o en las colas de consumidores comprando cosas. Tampoco me sumo a esa tonta frase cuestionadora del «festejen uruguayos festejen», que representa a una oposición carente de creatividad pero más peligroso aún, de ideas.
La regla, el centímetro, la medida para compararnos en este mundo global está en la educación. Una sociedad educada puede crecer no solo económicamente, sino ética y moralmente, porque es desde allí que se construyen los hombres honestos y sensibles.
En este país pensar no es delito pero es una trinchera. Nos dicen que van aumentar la creación de centros CAIF, de albergues para personas en situación de calle. Lo maquillan como algo positivo cuando en realidad se trata del abordaje institucional de una realidad que -eso sí- responsablemente intenta la contención a situaciones de vida quebradas por la miseria y la pobreza. Pero lejos habría que celebrarlo. Un síntoma positivo en este país sera el día que no sea necesario que existan albergues y Centros de Atención a la Infancia y la Familia.
Por eso creo en la educación pública, porque la educación libera y fortalece a las sociedades y es una poderosa herramienta para erradicar la pobreza pero también la ignorancia.
La educación pública es la llave del progreso de un país. Todo lo demás es humo, incluso este aburrido campeonato de selecciones donde quedamos eliminados en dos partidos.