Por Alejandro Prieto
Montevideo, 30 may (EFE).- Las de poco hablador, bromista y adicto a las novelas de Fantomas son sólo algunas de las facetas menos conocidas de Juan Carlos Onetti (1909-1994), quien antes de convertirse en un afamado escritor practicó lanzamiento de jabalina y trabajó como vendedor de entradas en el famoso Estadio Centenario.
Aunque muchos conozcan tanto su obra, esa que influyó a grandes autores de las letras hispanas, como su abierta fama de mujeriego, pues tuvo cuatro esposas y aventuras con varias otras -la más conocida con la poeta Idea Vilariño-; son diversas las caras de Onetti menos públicas o recordadas a 30 años de su muerte.
Del armario y Fantomas al Cervantes
«Nunca he sabido hablar ni bien ni regular (…) Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera nada», dijo al comienzo de su discurso de aceptación del Premio Cervantes en 1980.
Así, ante el rey Juan Carlos y la reina Sofía, el uruguayo admitía una característica ya reflejada en la biografía ‘Construcción de la noche’ como su hábito predilecto de la infancia: encerrarse en el armario a leer por horas.
Según revela a la Agencia EFE el escritor Carlos María Domínguez, autor junto con la fallecida periodista María Esther Gilio de la biografía publicada en 1993, fue la hermana de Onetti, Raquel, quien les contó de ese «mundo de la infancia» del que el escritor sólo reveló, en entrevistas, algunas anécdotas y memorias.
«Onetti siempre fue un poco esquivo, confuso, a veces deliberadamente confuso, entonces había distintas versiones», acota Domínguez, quien revela que publicar una biografía «que no fuera mentirosa» costó un precio, pues Onetti y su familia la rechazaron, fundamentalmente por testimonios de amantes como Vilariño o Fabi Carvallo.
En su infancia ya emerge el Onetti al que Gilio conoció con 15 años y entrevistó repetidamente por décadas, a quien definió como «muy tierno»: el que pidió a sus padres como regalo de cumpleaños, tras su expulsión, que volviera a casa el ‘Miyunga’, gato que tuvieron por 18 años.
Se enfrentó con su hermano Raúl, por ejemplo, con quien peleó haciéndose hincha del cuadro rival de su Peñarol, el Nacional. Llevó su afición por leer al extremo, cuando dio con un pariente que tenía la colección completa del supervillano Fantomas, saga francesa de aventuras que «devoró» completa.
Fase atlética y humor singular
En su adolescencia, quien sólo terminó la escuela y dejó los estudios a poco de empezar la secundaria, sumó a la pasión por la lectura y los «amores» una intensa actividad física: practicó baloncesto, remo y lanzamiento de disco y de jabalina.
Si bien, puntualiza Domínguez, esta fue una fase pasajera para el autor, lo que sí se empezó a notar pronto fue su habilidad de traducir hechos y personajes reales de su vida en ficción.
«Un personaje icónico de la obra de Onetti, como puede ser Larsen, se va construyendo con el tiempo a partir de que cuando trabajaba en Buenos Aires, en las cooperativas agrarias, (donde) tenía un compañero que era gigoló, que iba a la peluquería, se hacía limar las uñas y regenteaba varias mujeres», ejemplifica.
También, en la década de 1930, Domínguez recuerda que Onetti aceptó trabajar vendiendo entradas en el entonces joven estadio Centenario, a aficionados sobre cuya pasión rememoraba, «había días de lluvia en que los veía llegar y pensaba: ‘pero no tendrán un amorcito para pasarse el domingo metidos en la catrera'».
Su amiga Hortensia Campanella, quien lo conoció cuando ya vivía en Madrid con su última esposa Dorothea ‘Dolly’ Muhr -aún viva con 99 años-, resalta, así, que tenía un «gran sentido del humor, bastante alejado de la imagen de hombre hosco, indiferente que muchas veces se ha dejado entrever».
Como «constancia de ese humor», Campanella conserva una carta a máquina dirigida a «Don Héctor», su esposo, y firmada por «Bice Potota», apodo gracioso de su perra Fox terrier, en la que esta renuncia a ser vigilante de su Rolls-Royce porque no le dio «un carajo», su prometido «fresco hueso diario».
«Elevo mi dimisión con carácter irrevocable, que podría ser revocado a cambio de un largo paseo en el referido coche de su burguesa», dice la graciosa carta de un Onetti que, hacia el final de su vida, jugaba seguido con el hijo de Campanella desde su deliberada y constante reclusión en la cama. EFE
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