Carmelo se despierta cada día con la brisa del río y el murmullo constante del Arroyo del Piojo. Este modesto curso de agua, que apenas tiene la fuerza suficiente para cortar su camino a través de la Avenida Rodó, ha sido durante mucho tiempo un simple espectador del ir a la playa. Pero en las últimas semanas, ha cobrado un protagonismo inesperado.
A un costado de la avenida Rodó, rumbo a Playa Seré, una estructura empieza a levantarse con la promesa de facilitar el cruce de los peatones. La Subdirección de Higiene de la Intendencia de Colonia ha emprendido la reconstrucción de un pequeño puente que, aunque modesto en su concepción, representa una esperanza renovada para los vecinos de la zona. La noticia fue anunciada con una sobria declaración del Sub-Director de la Zona Oeste, Joyce Meyer, quien confirmó que las cabeceras de apoyo del puente ya están listas.
La escena en el arroyo es una mezcla de bullicio y calma. Las máquinas retumban mientras moldean la tierra, al tiempo que los trabajadores, se mueven con una coreografía casi perfecta. Cada golpe de martillo, cada palada de tierra, es un paso más hacia la meta: un puente sencillo pero vital.
Este proyecto no es solo una obra de ingeniería, es un símbolo de la resiliencia de una comunidad que se rehúsa a dejar que las pequeñas adversidades dicten su vida diaria. Para los vecinos de Carmelo, el puente significa más que una simple estructura. Es la reconexión con un pasado donde las cosas pequeñas importaban, donde cruzar el arroyo, por ese lugar era casi una aventura que no requería esfuerzo ni planificación.
El arroyo del Piojo, es un hilo de agua que apenas susurra. Sin embargo, su presencia sigue marcando la geografía emocional de quienes pasan a su lado. “Es un pequeño paso para la ciudad, pero un gran salto para nosotros”, comenta Ana, una vecina que ha visto crecer a sus hijos jugando cerca del arroyo. Sus palabras resuenan en el aire, impregnadas de una nostalgia que se mezcla con la esperanza de tiempos mejores.
La obra avanza con la promesa de estar finalizada en pocas semanas, ofreciendo a los caminantes un paso seguro hacia la otra orilla. Un paso que, aunque pequeño, es un testimonio del esfuerzo y la dedicación de una comunidad que valora cada avance, por mínimo que parezca. Mientras tanto, el arroyo del Piojo sigue su curso, indiferente al cambio, pero profundamente entrelazado con la vida de Carmelo.
Así, entre el crujido de la madera y el susurro del agua, Carmelo se prepara para cruzar otro umbral, uno que conecta no solo dos orillas, sino también el pasado con el futuro, a través de un simple pero significativo puente.
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