Torres García: el maestro de maestros y su fecundo legado

Fotografía del 12 de julio de 2024 de un hombre en una exposición con obras de los artistas del Taller Torres García, en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), en Montevideo (Uruguay). EFE/ Alejandro Prieto

Por Alejandro Prieto

Montevideo, 27 jul (EFE).- El fecundo legado de enseñanzas que hizo de Joaquín Torres García un maestro de maestros, con talentosos alumnos que pasaron a sucesivas generaciones la semilla de su Universalismo Constructivo, resiste el paso del tiempo transformado en un tesoro que, además de en las pinturas, vive en las memorias.

Maestro, del latín ‘magister’, deriva de ‘magis’, grande. Palabra que precede, casi sin falta, a los apellidos de un hombre que, tachado de «viejo loco» por algunos detractores, dejó tras de sí una luminosa estela de arte.

Magis

«Llegué a lo de Torres porque había una conferencia. Ahí dije: esta es la mía, voy al fin a poder tratar con Torres. A los dos días tomé coraje y fui a verlo. Temblaba cuando llegué, porque iba a hablar con el gigante».

Así recordaba el pintor Francisco Matto su primer encuentro con el que sería su maestro. Ese nacido hace 150 años y al que con otros 29 discípulos rodeaba en la icónica fotografía del Taller Torres García (TTG) en 1947.

Si bien, según confiesa a EFE su bisnieto Alejandro Díaz, no le gustaba que le dijeran maestro, es esa cualidad la que, para Lola Fernández, integrante del TTG en su etapa final, marcó un antes y un después.

Según la hermana del maestro Guillermo Fernández, entre los artistas de Uruguay no había hasta la llegada de Torres -en 1934, tras vincularse con las vanguardias de Pablo Picasso o Piet Mondrian- uno tan «fino» y visionario.

«Primero que puso a la gente a estudiar, como academia. ‘Esto se hace así’ porque tal y tal. Explicó cosas que las vio en Velázquez y en la pintura impresionista. Tenía respaldo para opinar sobre eso y además él lo conseguía», sostiene.

Sobre la enseñanza tras su muerte -en 1949-, Fernández, de las pocas sobrevivientes de los formados en el TTG -no vive ningún discípulo directo del fundador-, resume que fue difícil, pues su teoría trasciende la plástica y promueve un profundo pensamiento humanista.

«Es una elección que hay que alimentarla (…) Hay que mover las cosas, si no hay ideas no haces nada. El viejo tenía miles de ideas (…), agarrás el ‘Universalismo Constructivo’ y lo que está diciendo te va a resonar, es fantástico», indica.

Piel y huesos

«Es como si me preguntara si mi piel y mis huesos son míos», respondía en 1965 sobre si aún se sentía parte del TTG -que cerró en 1963- Gonzalo Fonseca, a quien su hermana recuerda ver salir de casa ofendido por una «broma barata» de su padre sobre el maestro.

«La ida de mi hermano de casa fue un escándalo, fue en la mesa de comer que mi padre le dijo ‘¿cómo hace Torres para subir a tu torre?’, una broma barata, y se levantó, ‘hasta aquí llegué’, y se fue», rememora Elena Fonseca.

Según la periodista de 93 años, quien se convertiría en uno de los más reconocidos artistas del TTG rompió así vínculo con un padre «conservador» que pensó que Torres era «un comunista» y luego dijo que le había «robado un hijo».

En tanto Fernández apunta que había grupos que, por la competencia en los salones de arte, lo tachaban de «viejo loco», Fonseca descarta esa visión de un Torres «político» y destaca que «cambió la vida de mucha gente» y enseñó «a mirar el mundo a través del arte».

«Cuando Gonzalo empezó a concurrir al Taller empezó a cambiar. No solamente estaba aprendiendo a dibujar sino a vivir», asegura de quien dejó de ser «burgués» para volverse «muy austero».

Té con los Torres

Otras son las memorias de Lilian Menditeguy, hija de la discípula Teresa Olascuaga, quien de niña la acompañaba a la casa de Torres «casi todos los fines de semana» y recuerda con cariño a la ya viuda Manolita Piña.

De las visitas, en las que Olascuaga recibía correcciones de Augusto Torres -sucesor principal del padre como maestro-, cuenta que tomaban el té con Piña y sus hijas Ifigenia y Olimpia y que llegó a bajar a una habitación «especial»: la bóveda de obras.

«Es lo que más recuerdo, me llamó mucho la atención una habitación con tantas obras de arte. Era espectacular», dice quien considera que su madre nunca dejó atrás las enseñanzas del maestro.

«Grandes personas, un lujo haberlos conocido, haber estado en contacto, viendo sus obras, era muy lindo», resume sobre los Torres la artista del TTG Linda Kohen, quien con 100 años recuerda su pasaje por la escuela del maestro como «vivificante».

 

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