Se cumplen hoy 81 años de la muerte del más grande cantante de todos los tiempos, el de la voz inigualable. Mucho se ha escrito en todos estos años sobre el Mago, su nebulosa cuna y otros misterios que él mismo se encargó de mantener. Lo que vamos a abordar en esta nota es un costado del que no siempre se escribe y que cierra su vida como empezó, con otro misterio: ¿cómo fue el accidente aéreo de Medellín que lo quitó de este mundo?
Gardel murió calcinado en el interior del avión que pretendía decolar desde el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín rumbo a Cali, en el marco de una gira en la que el público colombiano venía rindiéndose a las plantas del cantante.
Aquel 24 de junio abordó junto a sus guitarristas y otras personas el avión y minutos después, desde el aeropuerto, todos vieron cómo el trimotor comenzó a carretear tomando velocidad en la pista. De repente, aún sin levantar vuelo, los testigos vieron cómo se desvió hacia la pista que cruzaba la suya y en la que aguardaba detenido otro avión. El aparato en el que viajaba el Mago chocó violentamente contra el otro, se produjo una explosión seguida de un incendio y como consecuencia de la tragedia murieron 15 de las 18 personas que viajaban en ambos aparatos. Entre los 3 sobrevivientes estuvo el guitarrista uruguayo José María Aguilar.
Hasta ahí los hechos vistos desde el aeropuerto. Veamos ahora algunas aristas que envuelven en el misterio al accidente.
Los aviones.
Nadie debe imaginar en 1935 un aeropuerto como los de hoy. El de Medellín era precario, con solo dos pistas. Carecía de torre de control y todo se hacía con banderilleros, que indicaban dónde dirigirse y cuándo decolar. Sus instalaciones eran una sala de espera y una oficina.
Tampoco deben imaginarse aviones como los actuales. Se trataba de dos trimotores, a hélice, con capacidad para 8 a 15 pasajeros. El avión donde viajaba Gardel era un Ford matrícula F31, de ala alta y tren de aterrizaje rígido, fabricado en Estados Unidos. Los motores eran de 420 HP, uno debajo de cada ala y uno en la nariz. El otro avión era aún más pequeño.
Su interior no tenía las comodidades de hoy. No estaban presurizados, eran extremadamente ruidosos y en muchos de ellos los asientos estaban en fila sobre los costados del fuselaje.
Culpa del piloto.
Apenas producido el accidente comenzaron los rumores y las teorías. La primera duda fue si el avión se desvió por falla técnica o por error del piloto. Una respuesta la dio el comodoro colombiano Luis Eduardo Ortiz, con 35 años de estudios sobre siniestros aéreos y luego de analizar exhaustivamente el informe oficial de la Fuerza Aérea Colombiana concluido en febrero de 1936: «Me permito estimar, muy factiblemente, que el piloto desvió el avión y ello, sumado a otros factores ya conocidos, produjo el choque».
Los «factores conocidos» a que se refirió Ortiz los vamos a ver más adelante: se trata del alcohol en la sangre del piloto y en el sobrepeso del avión.
¿Por qué el piloto desvió el avión y lo estrelló contra el otro? Aquí juegan otras teorías que hablan de un antecedente de rivalidad entre comandantes de dos aerolíneas diferentes. Uno de ellos el alemán Hans Thom, piloto de la SCADTA (Sociedad Colombiana-Alemana de Transportes Aéreos), compañía que contaba exclusivamente con pilotos alemanes, excombatientes de la Primera Guerra. El piloto rival pertenecía a la aerolínea SACO (Servicios Aéreos Colombianos), fundada en 1929 por Ernesto Samper Mendoza, un pionero de la aviación de Colombia, con mucho prestigio en su país y a la sazón piloto de la nave en que viajaba Gardel aquel nefasto día.
En el marco de esa rivalidad, cuatro días antes (el 20 de junio) Hans Thom, con un avión de la SCADTA, al despegar en el aeropuerto de Bogotá hizo una pasada rasante sobre el avión de Samper Mendoza, arriesgada maniobra que quedó documentada en una denuncia ante las autoridades de la aviación civil. Lo hizo simplemente por molestar a su rival, acaso para demostrarle que su pericia de piloto era superior a la del otro. Una «mojada de oreja», en una palabra.
Samper había quedado con la sangre en el ojo ante tal acción, que puso en peligro vidas ajenas a la de ellos dos. El hecho es que el colombiano quiso vengarse del alemán. Y tuvo la oportunidad el 24 de junio, justo cuando Carlos Gardel había abordado su avión.
Las últimas horas.
El 24 Gardel había despertado en Bogotá (donde estaba desde el 12 ofreciendo un recital por noche) y con su comitiva abordó a las 11 de la mañana un avión rumbo a Medellín, como escala previa antes de volar a Cali, por donde iba a continuar la gira como último mojón. Ese vuelo lo hizo en un trimotor de la SACO al mando del inglés Stanley Harvey. En Medellín lo esperaba un cambio de piloto: el prestigioso Samper Mendoza, con quien Gardel, previo al vuelo, almorzó y bebió algún whisky (nadie supo cuántos) en un hotel vecino al campo de aviación. La cantidad ingerida por Samper Mendoza es uno de aquellos «factores conocidos» a los que hizo referencia el comodoro Ortiz. El otro fue un posible sobrepeso en el avión, producto de que, a último momento, el gerente de la Fox colombiana hizo cargar doce tambores de películas. Samper se opuso a llevarlas, alegando que era demasiado peso para el trimotor, pero su negativa chocó contra el peso del show-business.
A las 14 horas, Gardel y la comitiva fueron al aeropuerto, donde se había reunido nutrido público para vivarlo, como un grupo de adolescentes de la sociedad colombiana. Gardel fue muy solícito con ellas hasta que se despidió y subió al avión.
Mientras tanto, el avión del alemán Hans Thom (que por mera casualidad también estaba en Medellín) se detuvo cerca de la pista central a la espera de que el de Samper levantara vuelo.
A la hora prevista Samper inició el carreteo, acelerando desde la cabecera Sur, en tanto a unos 75 metros del cruce de las dos pistas esperaba el otro avión. Cuando faltaban unos 450 metros para el cruce de pistas, Samper se desvió repentinamente hacia la derecha unos 25 grados, justamente en dirección al avión del alemán, pero sin la suerte de este cuando le hizo el vuelo rasante cuatro días antes, de manera que no logró levantar suficientemente su aparato (¿acaso por el efecto del whisky? ¿Acaso porque llevaba más carga de la que pensaba?) y su avión impactó al otro, muriendo en la acción, entre ambas aeronaves, quince personas.
Interior del avión.
El guitarrista uruguayo nacido en San Ramón, José María Aguilar, contó en algunos reportajes de aquel tiempo, su vivencia de los últimos momentos en el avión. Uno de los reportajes lo concedió al periodista Eros Nicola, en 1936, para la revista «Caras y Caretas».
«El subpiloto se dio a la tarea de colocar a todos la correa de seguridad. Yo fui el único que me resistí; por eso logré salir del aparato. Las últimas palabras que pronunció Gardel fueron para pedirme un caramelo y un poco de algodón para los oídos. «¿Qué estás comiendo, Indio?», me dijo al advertir que masticaba una golosina. «Chicle», le contesté. «Bueno, da-me», me dijo, agregando: «¿Tenés algodón?».
Apenas tuvo tiempo de colocárselo cuando el avión, que había comenzado su marcha, no conseguía despegarse del suelo. Samper, que hacía esfuerzos desesperados para conseguirlo, no pudo evitar el choque. Un ruido sordo se alcanzó a escuchar, y los dos pájaros del aire ardieron instantáneamente. Por una abertura, no sé cómo ni cuándo, me largué del trimotor, ya cubierto en llamas, por el instinto de conservación, pero no pude hacerlo sino por un instante. Los gritos de Riverol, de Swart y de Plajas eran tan desgarradores, que, enloquecido de desesperación, me lancé a las llamas para auxiliarlos; después de mucho, conseguí hacerlo, defendiéndome aún con un pedazo de saco que me quedaba. Aquello era infernal y dantesco; estábamos quemándonos vivos, ardiéndose nuestras carnes. Yo, que no perdí el conocimiento sino recién a las 48 horas, pedía a gritos que trajesen un automóvil. La gente, atolondrada, sin saber qué hacer, no me comprendía, dificultando aún más el ser atendidos. Cuando pude estar en pie, mucho después, supe que allí llamaban carros a los taxímetros. De ahí la confusión.
Del avión Manizales murieron todos; del nuestro, sólo quedamos Flynn, Plajas y yo. Según me han informado, el primero está sin vista y sin manos, y el segundo, demente. Riverol tuvo una agonía terrible. Me rogaba que no lo dejase morir: «¡Tengo ocho hijos, Aguilar, no me dejes morir!» Todo en vano; dos días después, en un ataque de demencia, saltó de la cama y echó a correr por el sanatorio. Se desangró y murió…»
En cuanto al final de Gardel, Aguilar contó lo siguiente: «Carlitos, que iba sentado en uno de los primeros asientos de la cabina, estaba inmóvil; lo llamé a gritos, pero no respondió. Estoy seguro que el choque le produjo una conmoción cerebral y murió instantáneamente. ¡Pobre Carlitos! ¿Por qué no me habré muerto yo también?».
¿Hubo dos balas a bordo?
Mucho se habló de lo que pudo haber pasado en el interior del avión entre que abordaron los pasajeros y se produjo el choque. Se dijo que pudo haber habido dos disparos de bala tras una discusión entre Gardel (que estaba cansado de la gira) y Le Pera, que la había organizado. Le Pera habría alcanzado con uno a Gardel y con el otro, involuntariamente, al piloto. Alimentó esa teoría el hecho que, en la morgue de Medellín, se le extrajo a Gardel una bala junto al pulmón izquierdo. Pero la verdad es que Gardel llevaba ese proyectil hacía 20 años, desde el 11 de diciembre de 1915, cuando después de festejar su cumpleaños en el Palais de Glace —en Recoleta— se trasladó al famoso cabaret Armenonville (hoy quedaría en la actual calle Alvear) que era un antro de los guapos de la noche y donde recibió el balazo en un entrevero del 900.
Fuente: El País.