Por Redacción Carmelo Portal
El fenómeno de los «políticos salvadores» que prometen soluciones rápidas y efectivas a problemas complejos mediante el uso de contactos estratégicos es una tendencia que daña profundamente la política planificada y la gestión pública. Estos líderes, muchas veces carismáticos, suelen valerse de alianzas o influencias personales para ejecutar acciones que, si bien pueden parecer beneficiosas a corto plazo, erosionan los fundamentos de una política pública estructurada y pensada a largo plazo.
La dependencia de estas figuras carismáticas puede derivar en varias consecuencias negativas para la democracia y el buen gobierno. En primer lugar, la implementación de soluciones inmediatas sin un análisis profundo tiende a ser insostenible. Estas políticas carecen de continuidad y suelen estar supeditadas a los vaivenes de la política partidista o a las conexiones de los líderes en cuestión, lo que las hace vulnerables a desaparecer tan pronto como el «salvador» deja el cargo o pierde poder.
Este tipo de gestión no solo desplaza las políticas públicas pensadas con un horizonte más amplio, sino que también fomenta la idea de que la política es un espacio donde lo que importa son los contactos, más que la capacidad técnica o la voluntad de crear proyectos que beneficien a toda la ciudadanía. La política planificada y basada en datos pierde protagonismo frente a la política de gestos y apariciones mediáticas que estos «políticos salvadores» buscan fomentar.
En el largo plazo, esto debilita las instituciones democráticas, ya que los ciudadanos, acostumbrados a soluciones rápidas y a la figura de un «héroe», dejan de confiar en los procesos políticos normales y en las instituciones que los sostienen. El resultado es una ciudadanía que espera milagros de sus líderes, pero que termina decepcionada cuando estos no pueden sostener sus promesas debido a la falta de planificación o cuando los problemas estructurales no encuentran solución en los márgenes de la improvisación.
Por otro lado, este fenómeno agrava la desconfianza en la política de gestión pública, que es vista como lenta y burocrática frente a la rapidez aparente de los «salvadores». Sin embargo, lo que no se percibe es que la gestión pública basada en procesos estructurados y bien planificados es la única manera de lograr resultados a largo plazo. Sin estos procesos, las soluciones inmediatas se convierten en parches que no abordan las raíces de los problemas.
En conclusión, la incidencia de estos políticos carismáticos puede parecer una solución atractiva en tiempos de crisis, pero sus acciones tienden a socavar la política basada en la planificación, la evidencia y la gestión eficiente. El desafío para las democracias modernas es recuperar la confianza en la política pública y en las instituciones, y resistir la tentación de depender de figuras que, aunque ofrezcan resultados rápidos, no pueden garantizar un progreso duradero.
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