La fecha límite llegó sin fanfarrias ni resoluciones milagrosas. El 26 de septiembre, marcado en los calendarios de los trabajadores como el día en que los fondos prometidos por Sundiro Holding, el grupo chino propietario de los frigoríficos Rosario y Lorsinal, debían llegar, pasó como una sombra. El dinero no apareció. Y con ello, la última esperanza de evitar el proceso concursal se desvaneció, dejando tras de sí una estela de incertidumbre y temor.
Martín Cardozo, presidente de la Federación de Obreros de la Industria de la Carne (FOICA), confirmó a Radio del Oeste, lo que ya muchos temían: «El dinero no llegó, y sin esos fondos, el concurso de acreedores será inevitable», afirmó en una breve declaración. La industria cárnica, uno de los pilares tradicionales de la economía uruguaya, enfrenta una crisis sin precedentes en estas dos plantas.
Para los más de 400 trabajadores que dependen directamente de estos frigoríficos, el proceso concursal no es un mero trámite judicial: es una sentencia que podría dejarlos sin empleo. “Estamos expectantes, pero también preocupados, porque muchos ya sentimos que estamos despedidos”, confesó un operario que prefirió no dar su nombre, consciente de la fragilidad de su situación.
La situación es crítica. A pesar de que la empresa ha apelado la decisión judicial, los rumores en los pasillos indican que la justicia no revertirá la entrada en concurso. Para los trabajadores, esto no es solo una cuestión de procedimientos legales. La falta de claridad y las promesas incumplidas los han dejado en un limbo angustiante, donde cada día sin resolución es una piedra más sobre sus espaldas.
El 26 de septiembre debía marcar el fin de la incertidumbre. Era la fecha en que, según lo prometido por los directivos de Sundiro Holding, se realizaría la transferencia de capitales desde China para saldar las deudas y evitar el colapso financiero. Pero los fondos no llegaron. El silencio de esa jornada fue ensordecedor, y desde entonces, la fábrica, que solía ser un hervidero de actividad, parece detenida en el tiempo, esperando un futuro que nadie puede prever.
Los frigoríficos Rosario y Lorsinal no solo han sido fuente de trabajo durante décadas; representan la historia y el corazón de muchas familias en Uruguay. En los últimos meses, la situación financiera de ambas plantas comenzó a deteriorarse de manera acelerada, al punto que solo una inyección de capital podría salvarlas. Pero ahora, tras la falta de cumplimiento por parte de los inversores extranjeros, la única solución parece ser el concurso de acreedores, una medida que deja a cientos de familias en una peligrosa incertidumbre.
Afuera de las instalaciones, los trabajadores permanecen atentos a las decisiones de la justicia. Algunos, aferrándose a la posibilidad de que los capitales prometidos lleguen con retraso, se resisten a aceptar el cierre definitivo. Otros, más realistas o quizás más resignados, ya están haciendo fila para tramitar el seguro de paro. Las familias de los operarios, acostumbradas a una vida regida por los turnos y las horas de faena, enfrentan ahora la amenaza de un futuro sin certezas.
Los frigoríficos, que en tiempos normales rugían con el sonido constante de la maquinaria y la faena, hoy están en silencio. Y ese silencio, en las calles y en los hogares de los trabajadores, pesa como una losa. Mientras la empresa sigue intentando revertir la decisión judicial, la espera se convierte en una tortura cotidiana para quienes dependen de esos empleos. No es solo un trabajo lo que está en juego, sino la dignidad de cientos de familias que ven cómo el futuro se desmorona sin que nadie ofrezca una solución clara.
El desenlace de esta historia aún no está escrito. Pero para los trabajadores y sus familias, cada día que pasa sin respuestas agrava una herida que quizás tarde mucho tiempo en sanar.
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