En Carmelo, se ha venido hablando de la eliminación de árboles urbanos en pos de plantar nuevas especies, un proceso que omite una realidad crucial: los años que toma el crecimiento de un árbol para generar sombra. Más preocupante es que muchos de estos ejemplares son árboles sanos, cuya presencia no afecta negativamente el entorno, y cuyo valor para la calidad de vida en la ciudad es inestimable.
La sombra que proporcionan los árboles no solo regula la temperatura de las calles, aliviando el calor sofocante en los veranos cada vez más intensos, sino que también es una barrera natural contra las “islas de calor” que generan las superficies de cemento y asfalto. Estudios han demostrado que las áreas sombreadas por árboles pueden reducir el uso de aire acondicionado hasta en un 50 %, lo que no solo se traduce en ahorro energético, sino que ayuda a mitigar los efectos del cambio climático en las ciudades.
Sin embargo, el valor de la sombra de los árboles va mucho más allá de lo ambiental. Son refugios naturales que invitan a la convivencia, donde las personas se reúnen a conversar, a descansar o simplemente a disfrutar de un momento de tranquilidad. Los árboles en las ciudades, además de su función ecológica, son claves para la salud mental y el bienestar social. No por casualidad, barrios con más vegetación tienen índices más bajos de violencia, ya que la simple presencia de la naturaleza reduce el estrés y promueve la cohesión social.
Las raíces y la vereda
Eliminar árboles bajo el argumento de que sus raíces molestan las veredas o porque se busca modernizar los espacios públicos es una medida que requiere una profunda reflexión. Los gobiernos locales deben entender que no es simplemente cuestión de cambiar un árbol por otro. La regeneración del arbolado urbano toma tiempo, y mientras tanto, la ciudad pierde uno de sus aliados más importantes en la lucha contra la contaminación, el calor y la pérdida de biodiversidad.
El crecimiento de las ciudades debe ir de la mano con los árboles. No se puede hablar de ciudades sostenibles sin considerar la necesidad de mantener y fomentar el arbolado urbano. La Agenda 2030 y el ODS 11 nos marcan el camino hacia ciudades más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles, pero esto no será posible si continuamos eliminando los elementos que nos permiten alcanzar esas metas. Los árboles son imprescindibles, no solo por su sombra, sino por el impacto positivo que tienen en todos los aspectos de la vida urbana: desde la mejora de la calidad del aire, la regulación de la temperatura, hasta su rol en la salud mental y la cohesión social.
Es la sombra
La sombra de un árbol no es simplemente un alivio momentáneo del sol; es una inversión a largo plazo en la calidad de vida de las personas. Por ello, es fundamental que los gobiernos locales no solo preserven los árboles existentes, sino que los protejan como parte vital del futuro urbano. Las ciudades tienen que crecer con los árboles, porque sin ellos, el cemento y el asfalto se convierten en testigos de un entorno cada vez más árido, inhóspito y deshumanizado.
Es hora de repensar nuestras decisiones urbanísticas y darles a los árboles el lugar que se merecen: como protagonistas de un modelo de ciudad más saludable, equilibrado y resiliente.