El cebador político en entrevista: un ritual de exclusión republicana

De la Redacción de Carmelo Portal

Hay algo fascinante en la danza cotidiana de los políticos y la prensa, cuando se viene una entrevista.

Un escenario íntimo, casi teatral, donde la coreografía está marcada por preguntas afiladas, respuestas premeditadas, y en los márgenes, los pequeños detalles.

De esos detalles minúsculos, uno destaca por su sutileza y poder simbólico: el mate.

Ese compañero que une, que conecta, que calienta el alma en una ronda que podría ser tan inclusiva como el ritual mismo de la palabra.

El mate, como lo saben en las esquinas de Montevideo y los rincones de Colonia, es más que una bebida.

Es un pretexto, un vehículo de cercanía, una contraseña tácita entre los que se sientan a compartirlo. Pero algo curioso sucede en ese espacio cerrado de las entrevistas políticas.

Los políticos llegan a la entrevista con sus cebadores, acompañantes en la sombra que podrían estar más al centro de la escena de lo que parece, cebando con precisión mecánica, casi coreográfica. La ronda se cierra en un círculo, pero el periodista, ubicado al borde, queda fuera.

Un mate sin periodistas

No es que falte el mate, por supuesto. El termo lleno, la bombilla lista, pero algo cruje en esa escena: no te lo ofrecen. Ahí estás, con tu libreta, el micrófono, atento a cada palabra, y en la periferia, el mate humeante pasa de mano en mano, pero no llega a la tuya. Quizá sea un detalle menor, un desliz sin importancia. Pero ¿acaso hay algo menor en el mundo de los gestos simbólicos?

Algunos dirán que es parte del protocolo. “Es por respeto”, te aseguran. “Por mantener tu independencia como periodista”. El mate es para los compañeros, para los correligionarios, te dicen con una media sonrisa. Ofrecerlo a la prensa sería un gesto de familiaridad inapropiada, un desliz en la línea que separa los bandos. Esa frontera tácita, invisible, que todos conocen pero pocos mencionan, se reafirma con cada cebada que no cruza hacia el lado del entrevistador.

Pero el periodista no puede evitar preguntarse: ¿cuánto hay de verdad en eso? ¿Qué revela este pequeño acto sobre el vínculo entre el poder y los medios, entre los políticos y quienes los interrogan? ¿Es acaso un simple descuido, o un código no escrito que insiste en recordarte tu lugar en la estructura? Al no compartir el mate, el político no sólo conserva su distancia. También reafirma, de manera casi ritual, que el círculo está completo sin vos.

La mirada tradicionalista

Podría sugerir que en este gesto se preserva una herencia republicana, una tradición de respeto por los roles claramente delimitados. El periodista observa, interroga, fiscaliza, pero no pertenece a la misma ronda. La barrera es necesaria, saludable incluso, para garantizar la independencia y evitar la cercanía que contamina. Pero, desde otra vereda, este mismo acto podría entenderse como una exclusión innecesaria, una negación de lo humano en el acto de la entrevista.

¿No es el mate una excusa para el diálogo más franco, más horizontal? Al no ofrecerlo, ¿se niega esa posibilidad de igualdad, ese espacio en el que ambos, periodista y político, podrían mirarse a los ojos sin la barrera de la formalidad? El mate, después de todo, es un puente. Y en esa negativa hay algo sutil, casi cruel, que parece decir: vos preguntás, yo respondo; pero no somos iguales.

Es un detalle mínimo, pero cargado de peso simbólico. Un acto que, bajo la luz del análisis, revela más sobre la relación entre la política y los medios que cualquier declaración formal.

Porque en ese mate que nunca llega a la mano del entrevistador, se esconde una verdad incómoda: las distancias, aunque invisibles, siguen ahí.

Y aunque te digan que es por respeto, por mantener tu independencia, siempre quedará la sospecha de que, al final, es solo otra forma de recordarte que, en este juego, los papeles están asignados y las rondas cerradas.

En esta crónica, el cebador de mate se convierte en un guardián involuntario de los límites, un mediador entre dos mundos que nunca deben mezclarse.

El mate, ese emblema de la camaradería, de la inclusión, se transforma en una herramienta sutil de exclusión, una señal de que, por más que preguntes, hay ciertos lugares a los que no te invitarán.

Ni siquiera con un mate caliente en la mano.

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