De la Redacción de Carmelo Portal
Las instalaciones de juego en plazas y espacios públicos son, más que elementos recreativos, laboratorios urbanos donde se moldea la infancia, se ensayan formas de relación social y se comunican valores implícitos sobre el mundo.
En un contexto donde las ciudades se densifican y la infancia encuentra cada vez menos espacios libres de consumo, los toboganes, hamacas y trepadoras emergen como artefactos simbólicos que proponen una narrativa sobre cómo habitar el entorno y, por extensión, el propio cuerpo y las relaciones con los demás.
Criterios de diseño: entre la normativa y lo simbólico
El diseño de juegos urbanos suele obedecer a criterios normativos, estéticos y funcionales. Por un lado, existen regulaciones internacionales que establecen parámetros de seguridad, como alturas máximas, materiales no tóxicos y superficies blandas para evitar lesiones. Por otro lado, la elección de formas, colores y disposiciones responde a una lógica cultural que busca estimular habilidades específicas: la coordinación en las hamacas, la audacia en los toboganes o la cooperación en juegos grupales.
En la actualidad, los diseños integran enfoques más inclusivos y accesibles, como juegos para niños con movilidad reducida o espacios que permitan la interacción entre edades diversas. Sin embargo, muchas plazas aún replican modelos estandarizados que poco dialogan con las identidades culturales o geográficas de sus entornos. Los colores primarios, las formas geométricas básicas y los materiales plásticos predominan, generando un paisaje uniforme que podría estar en cualquier ciudad del mundo, diluyendo lo local.
Lo que hay y lo que ya no está
Un recorrido por plazas contemporáneas revela la transformación de los juegos públicos. Muchos juegos comunes en décadas pasadas, han dado paso a estructuras más complejas. Los subibajas de madera han desaparecido casi por completo, reemplazados por opciones que minimizan los riesgos de accidente.
Otro cambio significativo es la desaparición del arenero como espacio central, desplazado por pisos de goma o caucho reciclado, menos propensos a albergar suciedad o ser foco de alergias, pero también menos imaginativos. En contraste, aparecen estructuras interactivas que combinan elementos mecánicos y tecnológicos, aunque estos últimos están aún lejos de masificarse en plazas públicas por su alto costo.
La dimensión lúdica: el juego como relato
Los juegos públicos no solo son elementos funcionales, sino escenarios de un relato lúdico que atraviesa generaciones. Un tobogán no es solo una superficie para deslizarse: es un lugar donde la valentía se pone a prueba, donde el temor inicial al vacío se transforma en gozo y donde aprender a esperar el turno enseña las primeras lecciones de convivencia.
La ficción de jugar, en este sentido, crea un espacio simbólico donde los niños ensayan roles, exploran sus emociones y construyen relaciones con los otros. Es, como señala tu reflexión, un ámbito que permite imaginar historias colectivas y atravesar los pronombres: del «yo» que trepa al «nosotros» que organiza un juego de persecución.
El urbanismo infantil: desafíos actuales
Desde una perspectiva urbana, las plazas con juegos deben ser más que áreas infantiles; deberían funcionar como espacios de integración y participación. Sin embargo, las limitaciones presupuestarias y una visión adultocéntrica de las ciudades hacen que estos espacios sean muchas veces relegados. Además, el auge de los centros comerciales y el uso masivo de dispositivos electrónicos ha desplazado parte del tiempo de juego hacia espacios cerrados o virtuales, reduciendo el valor del espacio público como escenario primordial para el juego.
Repensar el juego urbano
El desafío para las ciudades es, entonces, reconfigurar los espacios lúdicos como lugares de encuentro intergeneracional, inclusivos y cargados de significados culturales. Diseñar desde la escucha de la infancia, entendiendo que jugar es una forma de habitar el mundo y apropiarse de él. Esto implica no solo invertir en equipamiento moderno, sino también recuperar el valor del suelo desnudo, de los árboles que invitan a trepar y de los espacios abiertos que permiten a los niños inventar sus propias narrativas sin las limitaciones de un diseño predefinido.
En este sentido, las instalaciones de juego no solo deben ser seguras y funcionales, sino también plataformas para el descubrimiento, el diálogo y la imaginación, recordándonos que jugar no es solo un pasatiempo, sino un acto profundo de humanidad.
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