El agua no se apura. No tiene prisa. Desde el río Luján hasta las profundidades del Paraná Guazú, la travesía hacia Carmelo, Uruguay, es un viaje por una geografía de espejos, donde el cielo se pliega al cauce, y los motores dibujan líneas efímeras en su superficie. Alejandro Savino, en su impecable relato para la Revista Weekend, narra este derrotero con precisión técnica y poesía contenida, invitando a los navegantes —y a los soñadores— a recorrer un trayecto que es tanto físico como emocional.
Una derrota trazada en calma
La historia comienza en Tigre, ese laberinto de canales donde el Delta parece susurrar secretos. Desde allí, las embarcaciones se alinean: una fila ordenada, un ritual que marca el comienzo de la aventura. Río Luján, Canal Gobernador Arias, Canal Gobernador de La Serna. Nombres que resuenan como coordenadas de un mapa íntimo, pero que, en las palabras de Savino, se transforman en postales vivas.
El cruce al Paraná Miní y luego al Paraná Guazú es como atravesar un pasaje entre dos mundos. A cada lado, los juncos se alzan como centinelas silenciosos, y las aguas se ensanchan, profundas y amables. Aquí, el tiempo se mide no en horas, sino en millas náuticas, y el viaje no solo conecta dos países, sino dos maneras de mirar.
Preparativos: el lenguaje de los trámites
No hay poesía en la burocracia, pero Savino logra convertirla en parte de la trama. Habla del formulario de ROL como quien describe un boleto hacia la libertad. Cuatro copias. Un sello. Una fila en Prefectura Naval Argentina. Detalles que, lejos de agobiar, estructuran el viaje y lo hacen posible. En Carmelo, donde las aguas dan la bienvenida como un anfitrión largamente esperado, Migraciones e Hidrografía completan el ritual de entrada, casi como un peaje simbólico para quienes se aventuran a cruzar.
Un puerto lleno de vida
El puerto de Carmelo no es solo un destino, es una pequeña escena donde se condensan años de historias y navegantes. El relato de Savino sobre el atraque es casi coreográfico: una embarcación guía, las maniobras precisas, los cabos firmes. En esas acciones cotidianas, el autor encuentra una belleza discreta. Los amarristas protegen sus embarcaciones con defensas laterales, como si las cuidaran de un mar que, por un instante, se queda en calma.
La promesa de la tierra firme
Una vez en Carmelo, las opciones se despliegan como las ramas de un árbol viejo y generoso. Algunos traen bicicletas y recorren las calles tranquilas, otros alquilan motos o autos para visitar bodegas, degustar vinos y perderse en el tiempo detenido de Puerto Camacho. Hay quienes se aventuran más allá, hasta Nueva Palmira, porque en este rincón del mundo, el horizonte siempre parece ofrecer algo más.
El puerto, mientras tanto, sigue siendo un refugio. Con sus tomas eléctricas de 220 V, agua potable y baños abiertos las 24 horas, es una invitación para quedarse, para pasar la noche escuchando el susurro del río, sintiendo cómo la ciudad respira lentamente a su ritmo.
Una travesía para recordar
En su relato, Alejandro Savino no se limita a describir un trayecto; lo habita, lo humaniza. Cada río, cada trámite, cada maniobra es parte de una experiencia que trasciende la navegación. Es una invitación a mirar el agua, a escuchar el viento, a encontrar en un puerto extranjero la promesa de un viaje que, como todo buen relato, no termina al llegar.
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