En la madrugada del 2 de enero, el Balneario Artilleros, habitual escenario de encuentros festivos y familiares, se convirtió en el inesperado epicentro de un episodio de desorden público. Durante el desarrollo de un festival, un grupo de jóvenes protagonizó disturbios que rompieron con la calma de la noche. Entre ellos, la policía identificó a E.C., un hombre de 18 años cuya actitud desafiante escaló la situación.
Los efectivos policiales intentaron dispersar al grupo, pero E.C. se negó a acatar las órdenes. La negativa, acompañada de señales evidentes de alteración, llevó a las autoridades a trasladarlo a la Seccional Décimoquinta, en Riachuelo. Allí, el joven fue sometido a una espirometría que arrojó resultados positivos, confirmando la presencia de alcohol en su organismo.
El incidente no pasó desapercibido para los asistentes al festival, quienes observaron el despliegue policial desde la distancia. Mientras tanto, E.C. quedó detenido y puesto a disposición de la Justicia, marcando el desenlace de una noche que comenzó con música y alegría, pero terminó con el eco de sirenas y el ruido de puertas cerrándose.
La intervención policial, enmarcada en su labor preventiva, busca recordar a la ciudadanía la importancia de mantener el orden público y la responsabilidad en espacios de convivencia. Sin embargo, para E.C., aquella madrugada representó algo más: el peso de enfrentar las consecuencias de sus actos.
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