El camino hacia la automotora de Carmelo estaba bordeado de ilusiones. Un hombre joven, proveniente del departamento de Río Negro, conducía con un propósito claro: recoger la camioneta que había soñado durante meses. Un modelo impecable, robusto y, sobre todo, al alcance de su bolsillo. La oferta, publicada en Facebook, prometía no solo el vehículo ideal, sino también un trato directo, rápido y sin intermediarios. Pero lo que aguardaba al final de la ruta era una verdad más cruda: no habría camioneta, solo un puñado de promesas rotas y un vacío en su cuenta bancaria.
La trampa
Todo comenzó semanas antes, con un anuncio simple pero irresistible. En una página de compraventa en Facebook, un vendedor anónimo exhibía fotografías de la camioneta perfecta. Brillaba bajo el sol, con un fondo rural que prometía autenticidad. El precio, aunque atractivo, no era tan bajo como para generar sospechas. Lo justo para parecer legítimo.
Las primeras conversaciones fluyeron con naturalidad. El vendedor, atento y persuasivo, ofrecía respuestas rápidas y un trato personal. «La camioneta es tuya si envías una seña. Ya tengo otros interesados», insistió. Ansioso por cerrar el negocio, el comprador giró el primer monto. Fue una pequeña suma, una especie de anticipo que aseguraría la operación.
Pero los pedidos no cesaron. Entre argumentos convincentes y presiones hábilmente calculadas, el comprador transfirió un total de $104.900 en varias entregas. Cada giro acercaba más el sueño, o al menos eso creía.
La revelación
El 10 de enero, con el último depósito realizado, el hombre emprendió viaje hacia Carmelo para finalizar el trato. Llevaba consigo una mezcla de nervios y emoción. Al llegar a la automotora indicada, su entusiasmo se desplomó. Los empleados lo miraron con incredulidad: no sabían nada del supuesto negocio. Aquella camioneta, prometida y pagada con esfuerzo, nunca estuvo allí.
«Esto es una estafa», le dijeron con pesar. La automotora, ajena al fraude, explicó que no tenía vínculo alguno con el vendedor de Facebook. En un instante, el sueño se convirtió en pesadilla.
El comunicado oficial
Desconcertado y sin respuestas claras, el hombre acudió a la Seccional Tercera de Carmelo para presentar la denuncia. Allí relató los hechos, desde la primera transferencia hasta el viaje en vano. La policía inició la investigación, aunque el comunicado de prensa posterior fue breve: «Se investiga estafa reciente a través de una plataforma digital».
Reflexión en un mundo virtual
La historia de este hombre es una de tantas que se repiten en la era de las transacciones digitales. Las redes sociales, ese inmenso mercado virtual, se convierten con frecuencia en el escenario ideal para los estafadores. Ocultos tras perfiles falsos y promesas tentadoras, explotan las ilusiones y necesidades de personas comunes.
En la soledad de su regreso a Río Negro, el hombre llevaba más que una pérdida económica: un recordatorio amargo de la vulnerabilidad en un mundo donde la confianza se traduce en clics y transferencias bancarias. Y mientras tanto, en algún rincón del ciberespacio, las fotografías de aquella camioneta, brillando bajo el sol, esperan al próximo soñador desprevenido.
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