De la Redacción de Carmelo Portal
Hubo un tiempo en que la vereda era una extensión del hogar. En las casas de pueblo, los bancos de hierro o madera junto a la entrada eran testigos de conversaciones familiares, encuentros vecinales y largas noches bajo las estrellas. El zaguán era un umbral entre lo público y lo privado, un espacio de gradualidad social donde la frontera entre el adentro y el afuera no estaba rígidamente definida. Hoy, esa espacialidad se ha extinguido. La vereda ya no es un lugar de permanencia, sino de tránsito. ¿Qué desplazó este hábito?
La pérdida del banco y del zaguán no es casual. Roberto Doberti, arquitecto argentino, analizó cómo los espacios intermedios estructuran la vida social, y su desaparición es síntoma de un corrimiento más amplio: la retracción de la convivencia al ámbito privado. La arquitectura dejó de integrar estos espacios en la vivienda, desplazando la interacción barrial hacia lugares predeterminados, como plazas o centros comerciales. La calle, que antes ofrecía un espacio de relación espontánea, ha sido reducida a su dimensión funcional.
Marc Augé, en su teoría del «no-lugar», describe cómo los espacios urbanos han sido reconfigurados para el tránsito más que para la interacción. Las calles de los pueblos han adoptado esta lógica: no hay permanencia, solo desplazamiento. Las caminatas rutinarias, los paseos con mascotas y el tráfico han reemplazado la quietud de la charla vespertina. El espacio público ya no es un escenario de identidad colectiva, sino un flujo de movimientos sin anclaje.
Además, la digitalización del ocio ha modificado la relación con el entorno inmediato. La conversación vecinal ha sido reemplazada por la hiperconectividad de los dispositivos electrónicos, que permiten el contacto con otros sin necesidad de salir del hogar. El entretenimiento ya no requiere de la calle. La seguridad también juega un papel: la percepción de mayor riesgo, real o simbólico, ha contribuido a vaciar las veredas de presencias humanas.
¿Qué queda entonces de aquel espacio común? Poco más que una traza funcional de la ciudad, un territorio donde la gente circula, pero no se detiene. Para recuperar la vereda como ámbito de encuentro, sería necesario replantear su arquitectura y su uso, diseñar espacios que incentiven la convivencia y restituir la habitabilidad de la calle como un valor social. Sin esos elementos, las noches estrelladas seguirán iluminando un espacio vacío.