Por Alejandro Prieto
Montevideo, 12 feb (EFE).- Cuando el público se sienta a ver la función, sus botones, alfileres, pegamentos, remiendos, esponjas y pinceles, así como el cansancio y el sudor de sus horas sin dormir dedicadas a ultimar cada detalle, no se ven. Sin embargo, sin ellos la despampanante fiesta del carnaval uruguayo no existiría.
La expresión ‘sangre, sudor y lágrimas’, aunque suene extrema, no está lejos de reflejar lo que dejan sobre sus mesas de trabajo en la larga carrera hacia el tan intachable como asombroso espectáculo que, entre luces de colores, bombos y redoblantes, da forma al ‘carnaval más largo del mundo’.
Es que es gracias a la dedicación vertida en ese tras bambalinas de maquillaje, puesta en escena, iluminación, utilería, diseño y realización de los trajes y sombreros de quienes se llevarán las miradas y aplausos que la competencia carnavalesca que hace reír y llorar a miles subsiste.
Una pasión narcótica
«A veces hablamos de que es como una droga el carnaval, porque muchas veces lo sufres pero finalmente vuelves a hacerlo y cuando no lo haces extrañas un poco», dice a EFE Ovidio Fernández, quien casi ininterrumpidamente desde el 2000 se desempeña como sombrerero de varias murgas uruguayas.
Es que, en plenos ajustes para que los sombreros que confeccionó con María Rethemias para Asaltantes con patente y Curtidores de Hongos en el marco de un competitivo carnaval de más de 40 días, admite que muchas de las anécdotas que este le dejó son «desastrosas».
«Nos reímos, pero cuando nos pasaron fueron tremendas. Que se nos rompió algo, perdimos algo o no llegamos a tiempo», acota.
«Carnaval, para los que lo hacemos tanto detrás del escenario como los que suben, es algo que lo llevamos muy incorporado y realmente te tiene que gustar mucho», coincide la vestuarista Laura Ferreyra, quien se considera una «bendecida» por trabajar de algo que le apasiona.
Algo parecido dicen la diseñadora de vestuario Mavi Amigo y la maquilladora Raquel Sánchez, quienes subrayan la palabra ‘pasión’.
«Uno primero lo hace porque le apasiona. Hay un motor que tiene que ver con una pulsión creadora que acá uno puede desarrollar. El carnaval es un espacio de creación absoluta», sostiene Amigo, en tanto Sánchez añade que para ella es «una pasión» y algo tan «vocacional» como la docencia de secundaria que también ejerce.
Siempre se llega
«Todos los días es corriendo de un lado para el otro: vamos, venimos», dice Ferreyra sobre la dinámica del trabajo con los trajes de murgas y parodistas que comenzó a confeccionar a mediados de 2024 tras intercambiar con los diseñadores; de los luego tiene que estar pendiente en cada actuación porque «si se descose un botón, alguien tiene que coser».
«El año pasado estuve 44 horas sin dormir. Este por suerte no, pero tengo que estar en todos lados», añade sobre el extremo nivel de dedicación para cumplir con los acotados plazos que Fernández considera «inenarrable».
«De no dormir dos o tres días, quemarte los dedos y te los vendas, si estás desesperado llamas a tu madre y aunque no sepa le dices ‘andá pegándome esto'», ejemplifica quien sopesa si el «costo-beneficio» de un trabajo cuya baja paga solo compensa la narcótica emoción carnavalesca es sostenible.
«A partir de noviembre se puso el acelerador y acá no hay descanso. Recién ahora estamos viendo el producto final, pero fue duro», revela Sánchez sobre el trabajo que, con Amigo y su equipo de unas 20 personas, hizo para La Mojigata, una murga que considera «familia».
«Si falta una hora y tenemos que terminar, todo el mundo corre como loco y lo hace. Hay un dicho que es ‘siempre se llega’ y eso significa que hay un punto en que se da todo. Esa parte, la de atrás, es el corazón del carnaval», remarca el sombrerero.
De primitivo a profesional
Remontándose a aquella primera vez en que, por su trabajo como titiritero, le pidieron hacer unos con muñecos que resultaron incómodos pero terminaron enamorando a los murguistas, Fernández dice sospechar que «hay algo en los sombreros» más allá de lo estético que hace que el murguista los necesite, «como la nariz del payaso».
Sin embargo, duda sobre si seguirá haciendo tantos porque, en tiempos de pantallas y shows cada vez más detallistas, la faceta más «primitiva», artesanal e informal del carnaval empieza a desencajar.
«Me parece que esa brecha entre lo profesional y lo artesanal se está extendiendo y en algún momento va a generar un conflicto que veremos cómo se resuelve», plantea.
«Es un trabajo que hay que seguir defendiendo y construyendo», anota Amigo sobre un carnaval que, valora, genera un nivel «impresionante» de trabajos.
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