De la Redacción de Carmelo Portal
Las palabras que el diputado Mario Colman eligió para compartir su asunción en un nuevo período legislativo estuvieron cargadas de una emoción contenida, esa que se viste de sobriedad pero deja entrever el peso de la historia personal en cada hito político. No hubo estridencias en su mensaje, sino un tono cercano, dirigido a los afectos más inmediatos: su familia, sus amigos, los militantes que lo han acompañado y, en particular, su lista 904, el núcleo de su estructura política. En esa tríada de vínculos –familia, amigos, correligionarios– se encapsula el sentido de pertenencia que el diputado construye y refuerza.
La política, más allá de su estructura formal, es también una red de lealtades y compromisos personales. En su mensaje, Colman no sólo agradece, sino que reafirma un pacto tácito con quienes lo han acompañado en la senda de la representación legislativa. El “gracias de corazón” no es una frase vacía; es una afirmación de reciprocidad.
En un país donde la militancia muchas veces se da por sentada, Colman se toma el tiempo de nombrar. Carlos, Guille, los compañeros de siempre. En la era de la hiperconectividad, donde las comunicaciones políticas suelen filtrarse entre la frialdad de los algoritmos y la inmediatez de las redes, la mención directa, con nombre propio, es un gesto de reconocimiento y reivindicación de lo humano en la práctica política.
Pero no todo es evocación de los lazos construidos. El mensaje culmina con un llamado a la acción. “Los invito a trabajar juntos para seguir construyendo un mejor departamento”. Aquí, el tono intimista se abre paso a lo colectivo. La emoción inicial deja lugar a la responsabilidad, al compromiso renovado con quienes no sólo depositaron su confianza en las urnas, sino que esperan respuestas en los hechos.
El cierre del mensaje refuerza esa idea: “Renovamos el compromiso con los colonienses”. En esa declaración, el plural cobra peso. No se trata de un legislador en soledad, sino de un equipo, de una estructura que vuelve a asumir la tarea de representar y construir.
En tiempos donde la política parece oscilar entre la algarabía efímera y la distancia burocrática, Colman elige un tono distinto. Su discurso no es grandilocuente ni meramente protocolar, sino que se teje en lo cotidiano, en los lazos que lo sostienen y en la convicción de que la política, en su mejor versión, sigue siendo un acto de encuentro.
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