El agua golpeó los techos con un estruendo de tambor enloquecido, corrió por las calles con furia de río desbordado, se filtró por las hendijas, invadió salas y dormitorios, convirtió las ventanas en diques de contención inútiles. Fue mucha agua en poco tiempo, y con una fuerza pocas veces vista.
Las ráfagas de viento hicieron lo suyo. Se arrastraron por la ciudad como un animal ciego, para luego mostrar rayos y centellas partiendo la noche con ruido temeroso. Algunas casas resistieron, otras sintieron la embestida con crujidos extraños. Los techos más frágiles cedieron, el agua se coló sin piedad.
En la medianoche, la ciudad se convirtió en una batalla silenciosa contra lo inevitable. Trapos de piso, baldes, lo que hubiera a mano. Se combatió el agua con las armas de siempre: manos urgentes, resignación y cansancio. En las calles, charcos profundos se volvían trampas, esquinas enteras desaparecían bajo una alfombra de agua oscura. Autos detenidos con luces encendidas parecían barcos varados en un océano improvisado.
Cuando la tormenta amainó, no quedó el silencio vinieron los truenos como nunca. Marzo empezó con estruendo en Carmelo. ¿Cómo quedó tu barrio? Envíanos tu testimonio, o fotos, porque esta historia sigue escribiéndose.