Por un momento, el silencio fue absoluto. Un silencio tan denso que parecía estar hecho de terciopelo verde, de esos que cuelgan en los grandes teatros del mundo. Y entonces, el sonido: un saxofón. Un sonido dulce y profundo, una ráfaga de notas que se deslizaban por la sala como ráfagas de viento sobre el río.
Nicolás Benítez soplaba su instrumento con el pulso firme, acompañado por las delicadas siluetas de las bailarinas de la Escuela de Ballet de Carmelo, cuyas zapatillas apenas rozaban el suelo. Fue así, con una coreografía de luces y sonidos, como el Teatro Uamá volvió a abrir sus puertas.
Habían pasado varios meses desde que un viento furioso, de esos que vienen cada tanto, pero que nadie invita, desgarró su techo y dejó al descubierto las viejas vigas. Varios meses desde que las butacas se quedaron mudas y los muros, por primera vez en años, dejaron de vibrar con la voz de los actores y las notas de los músicos. Pero la espera terminó.
Ayer, Carmelo recuperó su teatro. Lo hizo con la solemnidad de los grandes actos, con un desfile de nombres propios que llenaron el escenario de discursos y aplausos. Allí estaba el intendente de Colonia, Carlos Moreira Reisch, con el gesto serio y el pecho inflado de orgullo. Junto a él, el secretario general de la Intendencia, Guillermo Rodríguez, el senador Nicolás Viera, el representante nacional Mario Colman y la alcaldesa Alicia Espíndola. Un cortejo de concejales, ediles, directores y hasta el jefe de Policía de Colonia, Paulo Adán Costa Fernández. Autoridades, sí. Pero también vecinos, de esos que siempre han estado ahí, que vieron el teatro caer y que ayer lo vieron renacer.
El Uamá es más que un teatro. Es un latido, una memoria viva de la ciudad. Lo sabe Moreira, que en su discurso lo describió como «un lugar de encuentro». Lo saben los carmelitanos, que ven en sus tablas la historia de su propia identidad. Y lo saben quienes pusieron manos a la obra para devolverle su esplendor, porque la reapertura no fue solo un acto simbólico, sino la celebración de una inversión concreta, de una restauración que dejó el teatro listo para recibir nuevas historias.
La pantalla se iluminó y en ella, como en una película de época, se proyectaron las imágenes de la reconstrucción. Las grietas cerrándose, el techo alzándose de nuevo, las paredes volviendo a respirar. Los asistentes vieron, con los ojos húmedos de emoción, cómo el esfuerzo había valido la pena.
El telón bajó con la música del Coro Polifónico de Carmelo, dirigido por Martín Estín. Una última nota sostenida, un último acorde suspendido en el aire. Luego, los aplausos. Largos, encendidos, de esos que nacen del pecho y no de la cortesía.
La fiesta del Uamá apenas comienza: catorce noches de arte, de espectáculos gratuitos, de artistas locales volviendo a pisar su escenario. Porque un teatro no es solo un edificio: es la voz de una ciudad. Y ayer, Carmelo volvió a hablar.
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