Montevideo, 14 mar (EFE).- Cuarenta años después del día en que, entre puños alzados, banderas y cánticos, los presos políticos que permanecían encarcelados desde la dictadura cívico-militar uruguaya (1973-1985) se reencontraron con la libertad, un nuevo libro rescata las memorias de trece de ellos.
Los días previos en el penal fueron de puertas abiertas. Ya los dejaban circular por ‘la planchada’, como llamaban a los pasillos fuera de las celdas, y eso, cuenta a la Agencia EFE el expresidiario Rodolfo Wolf -uno de los últimos-, ya «chocaba un poco».
Es que, como detalla Matías Mateus, autor del libro ‘Marzo 1985: Los últimos liberados’ -en las librerías desde este viernes-, dos días después de aprobarse la ley de amnistía se produjo la primera de las tres tandas de liberaciones que terminaron el 14 de marzo de 1985.
Camionetas a la libertad
Entre los 42 hombres que salieron ese último día estaba Wolf, guerrillero del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros que había cometido «delitos de sangre» y debió esperar a que un tribunal resolviera si conmutaba toda su pena, como finalmente sucedió.
«Había mucha excitación, mucha imaginación. Pero es normal después de tantos años de encierro que la perspectiva de una realidad nueva te altere un poco, no solo el funcionamiento físico sino más el psíquico», describe sobre las sensaciones previas a una salida en la que afrontó el golpe de que su hijo pequeño, que vivía en España y lo había visto poco, no lo reconoció en el reencuentro.
«Salir el 10 de marzo fue una fiesta», dice por su parte Antonia Yáñez, quien ya había vivido como otra su traslado al Penal de Punta de Rieles desde el centro de torturas La Tablada, donde estuvo secuestrada seis meses, y recuerda cómo la gente se agolpaba ante las camionetas en las que los sacaron.
«Las compañeras me ganaron y me quedé sentada entre los dos policías, el que manejaba y otro, entonces estaba bastante inhibida de sacar la mano por la ventana. Saqué una banderita del (partido) Frente (Amplio) y la puse contra el vidrio (…) Fue la situación que tuve para celebrar lo que estaba viendo, un montón de gente saludando con los puños, cantando con banderas», cuenta.
La libertad y sus nociones
Con los testimonios de Yáñez y Wolf como dos de los trece que reunió para un libro ideado para el 40 aniversario, Mateus anota que con cada uno fue abordando aspectos distintos «para tener una suerte de caleidoscopio de miradas que pudiesen dialogar entre sí».
En tanto destaca que todos tuvieron una «amabilidad enorme», confiesa que el de Chela Fontora, trabajadora cañera del norte, fue el testimonio más «impactante», pues cuenta una realidad casi desconocida en la capital que calificó como de «semiesclavitud».
Deseoso de que los protagonistas se sientan «bien representados» por el texto, el autor revela asimismo que, «en tiempos donde la noción y el concepto de libertad están un poco mancillados por avances de la derecha» estas historias muestran «nociones» importantes de ella.
«En todo este trabajo que hicieron durante 40 años está la libertad en pleno ejercicio y aparecen nociones como la lucha, la solidaridad, el amor. Quiero que esos tres conceptos queden en relieve», asegura quien dice haber aprendido de los expresos que la libertad es «un proceso» que implica «repensar permanentemente».
Nuevas luchas
«Lo único que ayudó a que ese impacto emocional no me desarmara todo fue la intensa represión de emociones que hubo que mantener durante trece años para que nuestros captores no los detectaran», acota Wolf sobre una costumbre que le llevó años soltar para lograr «una especie de humanidad recuperada».
«Había que partir de cero», responde Yáñez a cómo afrontó el después de una liberación tras la cual retomó la docencia de literatura -su «salvavidas»-, «la vida se fue armando» y llegó eventualmente la ventana judicial para su denuncia -junto a otras expresas- de la violencia sexual sufrida en cautiverio.
Preguntados por sus luchas actuales, pese a las canas, las respuestas de dos luchadores que perdieron años encarcelados se encuentran en un punto: las nuevas generaciones.
«En este momento histórico los que tienen que alzar banderas, si las hacen suyas, son los jóvenes», dice Wolf, mientras que Yáñez, impulsora de señalizaciones y museos en memoria de lo ocurrido, señala que hay que involucrarlos más.
«Es eso lo que hay que hacer. Porque en realidad ¿qué queremos? Procuramos que no vuelvan a ocurrir estos mismos hechos; que haya un nivel de conciencia de que somos seres políticos (…) y no podemos mantenernos en silencio», redondea.