Carmelo es una ciudad con historia, pero también con fisuras. En sus calles, la memoria se entrelaza con el presente, y hay quienes se han vuelto observadores casi crónicos de sus transformaciones.
Ignacio Bertolino, jubilado policial, es uno de ellos. Desde su atalaya digital, no solo mira: muestra, comenta, denuncia. Utiliza las redes sociales como un cronista espontáneo que expone problemas y contradicciones sin la mediación de estructuras partidarias o editoriales.
¿Es esto un nuevo tipo de activismo o una simple persistencia en el arte de la observación?
El «orejano» en tiempos de hiperconexión
Bertolino encarna la figura del «orejano», el que no se sujeta a banderas ni responde a estructuras fijas. El concepto del gaucho solitario trasladado al siglo XXI, pero con un smartphone como lazo y las redes como su campo abierto.
Se puede interpretar como un síntoma de la desaparición de la comunidad clásica: no hay grandes relatos ni afiliaciones duraderas, solo individuos que producen y consumen información en una hipercomunicación constante.
En este ecosistema, Bertolino no es un outsider en términos absolutos, sino un usuario más que construye su subjetividad en la sociedad del espectáculo digital.
Tecnopolítica y microviralidad en Carmelo
El uso que hace Bertolino de las redes no es inocente: forma parte de un régimen de visibilidad donde cada gesto tiene una performatividad mediática.
No es la simple observación de la ciudad, sino su inscripción en una dinámica algorítmica que decide qué merece ser amplificado y qué se desvanece en el scroll eterno.
La figura de Bertolino se inserta en lo que se denomina la arqueología de los medios, donde cada dispositivo deja huellas en el modo en que se configura el presente. Su teléfono no es solo un artefacto de registro, sino una interfaz que modela la percepción de lo urbano en Carmelo.
Podríamos hablar de la «semiocapitalización» de la protesta: en un mundo donde el lenguaje se ha convertido en la principal mercancía, las publicaciones de Bertolino no solo informan, sino que producen afectos, adhesiones y rechazos. No hay una militancia clásica, pero sí una subjetividad que se vuelve política en el acto mismo de señalar.
Carmelo bajo la mirada digital
La ciudad que muestra Bertolino no es la de las postales ni la de los discursos institucionales. Es la de las grietas, las luces apagadas, los caminos cortados.
Su relato es un contrapunto a la narrativa oficial y, en ese sentido, su rol se asemeja al de los nuevos cronistas digitales que no escriben para los diarios, sino para un público fragmentado en pantallas. La pregunta que surge es si este tipo de observación tiene un impacto real o si se diluye en la lógica de la intermitencia digital, donde la indignación dura lo que una historia de Instagram.
Este tipo de hipercomunicación fragmenta más de lo que une: la protesta ya no se articula en movimientos colectivos, sino en reacciones efímeras que rara vez producen consecuencias tangibles. La ciudad, mientras tanto, sigue cambiando, y sus fisuras se registran en una línea de tiempo digital que se actualiza constantemente.
¿Resistencia o repetición?
Ignacio Bertolino sigue mirando, sigue mostrando. Su presencia digital en Carmelo es una resistencia difusa, sin un programa claro, pero con una persistencia notable. Su figura encarna la tensión entre la voz individual y el ruido digital, entre la denuncia y la resignación. En tiempos donde todo se mediatiza, su mirada es un testimonio más, pero también un síntoma de una ciudad que, como todas, se debate entre lo que es y lo que se dice que es.
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