Una tarde de otoño, Alicia Espíndola llega al estudio de Radiolugares para una entrevista en el programa Tenemos Que Hablar. Alicia no es solo alcaldesa: es, ante todo, vecina. Repostera, militante, vecina. Una figura que conoce cada barrio no desde un mapa, sino desde su honda amarilla con la que muchas veces recorre los barrios.
Una repostera que llegó a la política local
Corría el 2010 y se acercaban las primeras elecciones municipales bajo la Ley de Descentralización. Espíndola era una militante más del sector 3904 del Partido Nacional, hasta que un día tocaron a su puerta.
—Vinieron a casa Guillermo Rodríguez, Pascual García, Marita Cabral… Me propusieron ser candidata a alcalde. Faltaban dos meses para las elecciones.
Aceptó. Por las mañanas horneaba tortas; por las tardes, salía en bicicleta a hablar con los vecinos. A muchos ya los conocía. A otros los conquistó.
—Algunos eran colorados, pero me conocían y me dieron el voto —dice con una mezcla de gratitud y orgullo.
Ganó su banca como tercera concejal del municipio. A partir de entonces, empezó su camino en una estructura que, como ella misma dice, “era nueva para todos”.
Una ley nueva, una ciudad aprendiendo
El Municipio no tenía antecedentes reales de su funcionamiento. Era más que una Junta Local, menos que una intendencia. Y nadie tenía del todo claro cómo funcionaba.
—Aprendíamos en el camino. Había que tomar decisiones, organizar sesiones, recibir reclamos, entender la gestión. Todo era ensayo y error.
Durante ese primer quinquenio, apenas faltó dos veces a las sesiones. Le tocó incluso reemplazar al alcalde Brusco en dos ocasiones. En una de ellas, enfrentó el temporal de 2012, cuando los plátanos cayeron sobre la Rambla y el ancla se dañó.
—Después bromeé: «Si esto me pasó en quince días como alcaldesa suplente, no quiero imaginar si me toca todo el año». Y bueno… en 2016 vino la gran inundación.
El dolor invisible de mandar
Ser alcaldesa es, en parte, soportar que todos miren hacia vos cuando algo se rompe, se cae, o simplemente no llega. Espíndola lo sabe bien. A veces, dice, la silla del alcalde es un asiento de soledad.
—Todo lo que no se hace, la gente lo reclama al alcalde. Aunque no sea tu competencia directa.
Y en Carmelo, dice, las expectativas de la población son altas. La ciudad se mueve, participa, se organiza. Pero el municipio recibe apenas 135.000 pesos al mes para funcionamiento. De ahí se paga desde herramientas del corralón hasta el mantenimiento de baños públicos y la compra de materiales para la necrópolis.
—No alcanza. Por eso necesitamos apoyo de la Intendencia, de las instituciones. Y mucha vocación.
Una política que no perdió el alma
Espíndola insiste en algo: «Nunca sentí que tenía poder. Siempre traté de llevar el cargo con humildad». Para ella, el temperamento es el mismo si está frente al horno o frente al estrado. Lo dice con una seguridad que no suena a eslogan: su carácter la ha acompañado siempre.
—Yo no quiero caerle bien a todo el mundo. Ni todo el mundo me quiere. Así es la vida.
Y sin embargo, su sensibilidad la expone.
—Lloré muchas veces. Una fue cuando regresé a sesión tras la muerte de mi esposo. Sentía que no podía estar discutiendo pavadas cuando venía de tanto dolor.
Barrios postergados, obras visibles
Durante su mandato, el Municipio realizó obras de cordón cuneta en varios barrios: San José, Progreso, Norte, Centenario. «Eso baja las calles y evita inundaciones. Es una obra silenciosa, pero fundamental», afirma.
También se instalaron nuevas papeleras de hierro, se reforzaron espacios públicos y se colocaron juegos infantiles con pisos de goma. La inversión provino en parte de los fondos por multas: hasta 1,8 millones por año, destinados a apoyar instituciones locales.
—Tenemos 33 funcionarios. Y aun así, no podríamos con todo sin el trabajo de clubes, escuelas, ONG. Carmelo necesita de todos.
¿Y el futuro?
Carmelo crece, pero las necesidades también. Falta iluminación, cañerías, pavimento. Y, sobre todo, una terminal de ómnibus. El proyecto no ha prosperado, a pesar de que las empresas apoyan la idea. Es una herida abierta.
—Es lo que me queda pendiente. Lo gestionamos, lo empujamos… pero aún no sale.
El peso emocional de la gestión
Más allá de las cifras, las calles o los presupuestos, Espíndola habla como alguien que ha visto lo mejor y lo peor de su ciudad. Le pregunto si hay algo que la haya quebrado.
—Lo que más me marcó fueron las inundaciones. Ver el agua llegando al techo de las casas, la desesperación. Eso… eso no se olvida.
La conversación termina como empezó: con cercanía. Carmelo sigue en obra, los desafíos como ciudad también que deberán tomar las nuevas autoridades que llegarán al Municipio de Carmelo en mayo próximo.
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