De la Redacción de Carmelo Portal
Hay algo en el pedalear que recuerda a la infancia. A la rueda libre y la siesta tibia. A la casa de los abuelos y a los mandados que hacíamos sin protestar. A ese tiempo donde todo parecía quedar más cerca y las urgencias eran otras. En la bicicleta —como en las canciones que no pasan de moda— hay un lenguaje sencillo, antiguo y poderoso.
Hoy, en esta ciudad donde todo empieza a sonar fuerte —las motos, los parlantes, las bocinas, el mundo que no para nunca—, la bicicleta aparece como una forma de resistencia silenciosa. Una manera de andar sin romper el aire. De dejar que la ciudad hable con sus pájaros, con los árboles que aún quedan, con los saludos sin apuro entre vecinos.
Volver a la bicicleta es más que una moda. Es una necesidad vital. Es un acto de salud pública, de economía doméstica, de empatía con el entorno. Pedalear mejora la circulación de la sangre, el ritmo de los pensamientos, la calidad del sueño. Y más aún: mejora la manera en que habitamos la ciudad. Nos obliga a mirarla de nuevo, a entenderla desde el cuerpo, desde el esfuerzo y la recompensa.
No se trata de estar contra nada. No es una cruzada contra las motos, ni contra los autos. Es una apuesta por nosotros. Por los pulmones que respiran mejor. Por los corazones que laten con ritmo firme. Por las piernas que se afirman en cada subida. Por la posibilidad de llegar a todos lados sin gastar más que las ganas.
Carmelo —como tantas otras ciudades pequeñas— tiene el tamaño perfecto para este regreso. Sus calles, sus barrios, sus orillas son escenario ideal para una política seria, sostenida y sensible que promueva la bicicleta. Con infraestructura que la acompañe, con campañas que la estimulen, con instituciones que comprendan que el bienestar no siempre está en el progreso que hace ruido, sino también en el que avanza en silencio.
La bicicleta no contamina, no estresa, no invade. Se desliza. Se acomoda. Se convierte en extensión del cuerpo. Nos devuelve algo que creímos perdido: el tiempo. Porque en bicicleta no solo llegamos, también llegamos mejor.
A veces, lo más revolucionario no es lo nuevo, sino lo antiguo que supimos olvidar. Volver a la bicicleta es, quizás, una manera de volver a nosotros.
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