Hay estructuras que no solo cruzan ríos: cruzan también el tiempo, la historia, la identidad. El Puente Giratorio de Carmelo, inaugurado en 1912 y aún en funcionamiento con su singular mecanismo a tracción humana, es más que una obra de ingeniería: es una imagen viva. Un punto donde la ciudad se refleja a sí misma y se cuenta con orgullo.
Desde la mirada del historiador alemán Hans Belting, una imagen no es solo lo que se ve. Es un cruce entre un cuerpo que mira, un medio que la transmite y un lugar donde ocurre. En Carmelo, el puente es ese lugar. Ahí se articulan el paisaje, la tecnología, la comunidad y el recuerdo.
El puente como imagen compartida
Fotografías, postales antiguas, videos caseros, selfies de turistas, dronadas modernas. El Puente Giratorio se ha transformado en una de las imágenes más repetidas y queridas de Carmelo. Pero esa repetición no lo vacía: lo fortalece. Según Belting, una imagen permanece viva cuando se sostiene en una experiencia compartida.
El puente no aparece solo en las cámaras. Aparece en las conversaciones cotidianas, en los recuerdos escolares, en los relatos familiares. Se vuelve símbolo porque está presente. No necesita campaña: se impone por sí solo. Por eso está en tantos perfiles de redes sociales, en calendarios y en la memoria emocional de la ciudad.
El gesto de girar: imagen en movimiento
Girar no es solo una función. Es un gesto con significado. El Puente Giratorio no gira solo: lo hace gracias a la fuerza coordinada de trabajadores que, desde el centro, activan manualmente el sistema original de tracción. No hay motor. No hay botón. Hay esfuerzo humano.
Ese acto —verlo girar, esperar que se abra, cruzar una embarcación, volver a cerrar— es parte del relato visual de la ciudad. Es una imagen que no solo se observa: se vive. Belting diría que ahí la imagen “se encarna”: no es una representación estática, sino una acción que nos involucra.
Girar implica adaptarse, moverse sin romper, cambiar sin perder la estructura. ¿No es, acaso, una metáfora perfecta para una ciudad que sigue buscando su lugar sin renunciar a su historia?
Ubicación y color: el puente naranja sobre el arroyo
El puente se apoya sobre el arroyo de las Vacas, en un punto donde la ciudad se curva. Une el centro de Carmelo con el barrio Centenario, el barrio Lomas, zona viva y poblada. El entorno cambia según la hora y la estación. Por momentos el arroyo parece espejo; otras veces es corriente viva. Y en el centro, firme pero móvil, el puente.
Y está pintado de color naranja. Ese tono encendido no es casual. Es identidad, es señal, es marca visual. En medio de un entorno donde domina el verde, el gris y el agua, el naranja resalta. Es lo primero que se ve. El puente es reconocible a la distancia y también en la memoria. La ciudad podría cambiar, pero ese color queda fijo en el recuerdo.
El puente como símbolo sin imposturas
A diferencia de otros íconos urbanos pensados para el turismo o el marketing, el Puente Giratorio no fue diseñado como postal. Y sin embargo, es la postal por excelencia de Carmelo. Es el símbolo que no se impuso, sino que fue adoptado. Como diría Belting, no es una imagen construida para representar, sino una imagen que se activó por el uso, por la mirada, por el afecto.
Quien lo cruza, lo mira. Quien lo espera, lo recuerda. Quien lo filma, lo transforma en parte de su historia. Y cada una de esas acciones renueva la imagen colectiva.
Un siglo girando: lo que permanece
Este año, el puente se prepara para cumplir un nuevo aniversario desde su inauguración en 1912. Más de un siglo después, sigue funcionando con el mismo principio: personas girando una estructura para que el cruce sea posible. En un mundo de automatismos, eso es casi un acto poético.
Y en esa poética del giro, Carmelo encuentra una imagen de sí misma: una ciudad pequeña, pero con historia; sencilla, pero firme; que avanza sin apuro, girando con paciencia sobre su centro naranja.
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