Dilma nunca estuvo en Carmelo

Dilma.

Por Elio García |

La semana pasada algo sucedió en Carmelo y sus alrededores. En realidad a lo largo y ancho del país. De pronto en todos lados y obviamente incluyendo las redes sociales, diversos actores sociales y políticos locales comenzaron a hablar de Dilma Rousseff, la ex presidenta de Brasil.

No me sorprendieron lo que escribían, era lo previsible, en realidad no escribían sobre Dilma, lo hacían y lo hacen para sostener su relato, su compromiso político, su forma de ver el mundo a través de miradas simples y concluyentes.

Así,  sin ningún rigor muchos ‘analistas’  salieron a decir que era un golpe de Estado, mientras que otros, también sin rigor argumental alguno sostenían lo contrario.

Hay una gran contaminación política en las miradas y a pocos les interesa lo que en realidad sucede, el escenario más próximo a la verdad es ambiguo.

En realidad nadie la acusa de corrupción a Dilma. No existe un juicio penal, es un juicio político. Y lo que se debería discutir es el nivel de construcción de la Constitución brasileña, que para muchos deja mucho que desear.

Los delitos que señala la Constitución de Brasil para que un Presidente sea expulsado de su cargo no necesariamente son actos de una responsabilidad penal que podría hacer terminar en la cárcel al involucrado. Por eso cuando Dilma decía que ella no había cometido delitos, decía la verdad, no se le podía imputar delito penal alguno.

Pero es cierto y hay que decirlo que la ex Presidenta brasileña cometió delitos políticos establecidos en la Constitución que existen, no son un invento y concluyen en la inhabilitación y destitución. Lo que le sucedió finalmente a la Presidenta.

En la destitución de Dilma hay muchas improntas políticas que no se dicen. Su falta de cintura política, su reconocido destrato a quienes la rodeaban, terminó en una soledad tan dramática que la propia votación refleja esa realidad incuestionable.

Se dice que la opinión pública no la favorece. Tampoco favorece a quienes la destituyeron. En Brasil la realidad política está más cercana al clásico «que se vayan todos».

La gente en su conjunto no solo vio con buenos ojos la destitución de Dilma, sino que también están esperando que caiga Temer.

Dicen que Dilma fue construyendo las coaliciones para llegar a ser Presidenta utilizando las armas del miedo, con sus eventuales amigos políticos corruptos. Sabiendo que ella no lo era trató de hacer notar las cosas que conocía de los otros. Así le fue.

Los que la conocen sostienen que era imposible relacionarse con ella, su malhumor e incapacidad para administrar las relaciones personales, la dejó fuera de cualquier negociación política de consensos. Ese trabajo era el que hacía Temer, quien claramente conspiró para hacerla caer.

El problema de Brasil no es Dilma. Tampoco es Lula. Menos aún es Temer. El país norteño necesita reformas sistémicas políticas muy profundas, hay una fragmentación política partidaria muy pronunciada que no solo hace caer presidentes, sino que conduce al abismo a todo un país.

En una sociedad fragmentada políticamente, con una conductora con cero empatía y maltratando a todos, la posibilidad de negociar se esfuma.

Eso le pasó a Dilma. Una ex presidenta que de pronto no representaba a nadie y que los nadie que la cercaron la dejaron fuera del gobierno, estando también ellos en la más absoluta soledad y de cara al abismo político.

Emitir una opinión en un panorama tan ambiguo, donde no está delimitado el ‘bien’ y el ‘mal’, donde todo es una mezcolanza de cosas mal hechas, la declaración de Uruguay ante la situación refleja una asombrosa mediocridad en la medida de las consecuencias de tirar un bolazo para dejar contenta a la barra de ‘uruguayas y uruguayos’ que miran las cosas con el corazón y no tanto con la razón.

Me ha tocado escuchar y leer ediles, diputados y actores sociales sobre el tema de Dilma aquí en Carmelo.

Absolutamente me queda claro que hablan de cualquier cosa menos de Dilma.

 

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