Nos han dicho algunas veces que en Carmelo no se puede criticar a nada ni a nadie. La gente responde con el enojo y el destrato. Nada se puede poner en crisis. Somos negativos, llenos de odios y rencores quienes incurrimos en ese pecado local de no hacerle caso a la autoridad que te pide como periodista mostrar lo que a ellos les interesa. En Carmelo hay gente que les hace caso e increíblemente lo cuentan sin la mínima autocrítica de tal impostura. Así estamos.
Compartir la lectura de esta entrevista que le hace Marina a Jean-Luc Nancy nos reconforta al encontrar libre pensadores,y nos da mucha pena comprobar cada vez más la debilidad del pensamiento crítico.
Por Martina Artusa
Como si figurara en su DNI, cada vez que se habla de Jean-Luc Nancy se lo suele citar como “el discípulo de Jacques Derrida”, quien se propuso, como método de análisis, desestructurar los diversos niveles en los que se estratifica la cultura.
Pero Nancy, un filósofo francés de 76 años, de bajísimo perfil y uno de los más influyentes en el pensamiento contemporáneo, es valorado hoy por su modo –deconstructivista– de desmantelar el pensamiento occidental para reconstruirlo a partir de una idea de sentido, de una filosofía que aporte respuestas y no sólo preguntas vanguardistas.
Nancy trabajó hoy sobre la comunidad, el arte, el pensamiento crítico, el propio cuerpo. Y este último objeto encontró su razón cuando en los 90 fue trasplantado del corazón y, como producto de las terapias a las que se debió someter, contrajo un cáncer del que se curó. “La cuestión no es que me hayan abierto y descuartizado para sustituirme el corazón sino que esta abertura no puede volver a cerrarse –escribió Nancy en su ensayo El intruso, publicado en Francia en el 2000–.
«Hay en mí una abertura a través de la que pasa un flujo incesante de extrañeza (…) Soy, por lo tanto, yo mismo el que me convierto en mi intruso”.
Invitado a participar del Festival de Filosofía 2016 que se celebró hace unas semanas en tres ciudades italianas –Modena, Carpi y Sassuolo–, habló en esta entrevista sobre el destino de la crítica, la necesidad de criterios ante su desaparición y de esta época como la de una larga transición.
–¿Qué provocó la desaparición de criterios para el pensamiento crítico?
–El fin de una civilización. Los grandes críticos han sido el cristianismo, el capitalismo y el comunismo. El capitalismo es una crítica al cristianismo y el cristianismo mismo fue una crítica al mundo antiguo. En el fondo, el cristianismo no es un fenómeno religioso. Es un fenómeno antropológico-metafísico de civilización. El monoteísmo no es una religión más sino que fue un cambio fundamental de una civilización premoderna. Por ejemplo, a su vez, dentro del cristianismo, la Reforma fue una gran crítica a la Iglesia. Había allí un criterio: que la Iglesia romana era infiel a Cristo en el plano de la riqueza, de la política. A su vez, el comunismo nació como crítica al sistema del capitalismo, a la injusticia enorme que se veía en el 1800. Los tres modelos críticos tenían un criterio muy fuerte. Estamos en condiciones de decir que hoy hay señales de que una civilización está terminando.
–¿Cuáles serían los indicios desde un punto de vista filosófico?
–La ausencia de criterios para el pensamiento crítico. Cuando se habla de crítica, hay que hacer una distinción: la palabra griega “crisis”, krinein , es una palabra médica. En este sentido era una señal que permitía hacer un diagnóstico: por ejemplo, si alguien tenía fiebre, era señal de que había una infección. En segundo lugar, también en la medicina, la crítica hace la distinción entre lo bueno y lo malo y se convierte, en el sentido más ordinario para nosotros hoy, en la acusación. Todo esto tiene un presupuesto, que es el criterio, una palabra de la misma familia semántica que crisis.
–¿Qué distingue al criterio de la crítica?
–Debo decir como premisa que la crítica es un concepto muy criticado hoy, pero es el criterio que nos permite hacer una distinción, un discernimiento. Es decir que, si el criterio de la temperatura normal del cuerpo humano es de 37 grados, cuando una persona presenta más de 38, se considera que tiene fiebre. El criterio debe en sí mismo salir de una operación crítica. Cada uno de los criterios a su vez requiere una determinación previa: la de la medida y su cálculo, la del valor del hombre como productor de su propia existencia, la de lo bello o sublime determinado, o la del lado de la armonía o el lado de la irregularidad. Kant escribió que “nuestra época es verdaderamente la edad de la crítica”. Desde fines del siglo XVII, de hecho, la palabra “crítica” ha tenido una fortuna singular en la evaluación de obras literarias y artísticas. Esta fortuna es la importancia cada vez mayor, en su evaluación, de un espíritu de discernimiento y sutileza que puede asociarse a la verificación del cumplimiento de las normas. La forma crítica determina por sí misma un arte de fino discernimiento. En definitiva, hay un arte para penetrar en el arte, para saborearlo y acceder a “ese no sé qué” de su producción, incluso de su creación. La historia de la palabra “crítica” oscila, desde entonces, entre dos extremos: a veces prevalece la sutileza indefinible de discernimiento, sólo capaz de discernir lo que el discernimiento discierne, y a veces se hace cargo, con total seguridad, de la distinción fundada en el saber o en el derecho.
–¿Cómo se produce el paso de la crítica estética a la filosófica?
–En la filosofía, la misma idea de la crítica se convirtió en un concepto muy importante con Kant, que le adjudicaba a la crítica un criterio, entendido como posibilidad de un conocimiento racional a partir de una construcción de un experimento científico. Entonces la crítica de la razón pura de Kant hace la diferencia entre los conocimientos científicos, que son los del objeto construido, y los conocimientos ilusorios de la metafísica. La crítica llegó a la filosofía, al pensamiento, primero como una palabra de la crítica estética, como la posibilidad de hacer una distinción entre las buenas y las malas obras de arte. Esta crítica supone tener una idea de lo bello. Y esto es sencillo sólo en un tiempo en el que hay reglas de belleza.
–Pero cuando no hay más reglas, ¿cuál es el criterio? ¿Dónde está?
–Sin criterio, la crítica se transformó en algo más difícil, y por este mismo motivo se convirtió en una disciplina per se . Sobre todo en el primer romanticismo alemán, la crítica permite no sólo diferenciar entre bueno y malo en obras de arte sino que permite encontrar la verdad sobre una obra. Un modo de hacer crítica sin criterio es descubrir cuál es la verdadera originalidad de una obra.
–¿Se puede decir que el juicio sin criterio se convierte en opinión?
–Por una parte sí. Pero la opinión está siempre estructurada sobre un modelo del criterio. Ya Jean-François Lyotard había comenzado a hablar de un juicio sin criterio como la condición moderna o posmoderma. Todo esto nos lleva a decir que hemos llegado a un punto en el que no hay verdaderamente un criterio filosófico, ético. No hay un criterio estético. Toda la discusión sobre el arte contemporáneo se basa en afirmar que no hay arte contemporáneo. La biología no es más la ciencia de la vida, sino que se convirtió en la ciencia de la organización de la vida. Vale decir que para nosotros, hoy, los grandes criterios del conocimiento o el criterio del bien y del mal no son tales. No tenemos más criterios. La crítica estaba encarnada en la revolución. La revolución fue la figura de la crítica radical. Pero hoy no hay revoluciones.
–¿Se puede decir que el pensamiento crítico está muerto?
–No. Naturalmente, todos los días lo aplicamos de algún modo.
–Si planteáramos una caída del capitalismo, ¿favorecería el renacimiento de un pensamiento crítico fuerte?
–Podría ser. Un pensamiento crítico de invención, de apertura a algo nuevo.
–¿Se puede decir que entre una civilización y otra hay períodos de transición en los que no hay criterio?
–Exactamente. Es verdad que en tiempos del nacimiento del cristianismo el mundo romano era, como ha escrito un historiador alemán, “una gran tristeza”. Los tiempos de transición son tiempos de tristeza, de gran melancolía. Si se piensa en el mundo romano entre los siglos I y V, los cristianos no son una fuerza social ni política. Es sólo gente que creía que Cristo podía venir mañana mismo y nada más.
–¿Es posible prever qué sucederá luego de un período de tristeza, melancolía y ausencia de criterios?
–Jamás.
–¿Cómo imagina usted el surgimiento de un nuevo criterio?
-Reconozco que he dicho alguna vez que debemos reinventar. La cuestión de la invención se aplica si es colectiva. Pero la palabra colectiva es todavía débil. La diferencia entre nosotros y los romanos es que nosotros sabemos qué civilizaciones pueden morir y, además, cuando hablamos de la imaginación, la consideramos capaz de ir más allá de lo posible. Cuando trabajamos con la imaginación, elaboramos a partir de algo ya dado pero la consideramos capaz de ir más allá. Se trata de imaginar lo inimaginable, citando a Montaigne. Tal vez debemos imaginar en los límites de lo posible. Sabemos, por ejemplo, que no podemos seguir circulando con la cantidad de autos que hay en el mundo, conocemos los límites del petróleo… Y no podemos pensar un mundo sin energía, sin electricidad. Todas las revoluciones, la de la máquina de vapor o la de la electricidad, fueron evoluciones en el modo de producción. Hoy estamos ante la información y es diferente. Toca a la producción pero también es algo que turba el mundo del saber, de la circulación de conocimientos. Es muy difícil imaginar qué puede ocurrir.
–¿El criterio es una causa o una consecuencia de estos cambios?
–No es una causa sino una consecuencia no calculable. Pienso que hay una cosa central en todo esto: el hombre. La última forma del pensamiento de esta civilización se dice humanismo. Como ya ha dicho Heidegger, el humanismo no piensa tanto la humanidad del hombre. Pascal había escrito que el hombre trasciende infinitamente al hombre. Y es un concepto muy bello. También podemos pensar que se llegó a tal grado de poder, que el hombre se encuentra en un punto de superar sus capacidades técnicas y otras más. Todas las cuestiones de robots, inteligencia artificial, clonación, nanotecnología lo superan. Estamos en una situación extraña porque sabemos que podemos destruir la humanidad entera, se comprende que la naturaleza misma ha producido un animal y que este animal destruye la naturaleza entera, la transforma en otra cosa que no sabemos cómo considerarla. Al mismo tiempo, la vida humana es una pobre cosa. Hay millones de personas que están muriendo. Precisamente la contradicción entre la posibilidad infinita del hombre y la destrucción de la humanidad puede tener un sentido metafórico o tal vez será el fin del mundo, que es un pensamiento interesante.
–¿La falta o debilidad de un pensamiento crítico hoy es una fuerte señal del fin de una civilización?
–Absolutamente. Debemos estar muy atentos a pequeñas señales de una posible novedad. Por ejemplo, pequeñas señales en la relación entre las personas. Los vínculos en la familia, en el amor, en el sexo han cambiado tanto que tal vez estemos en un estado de la sociedad diferente.
–Veremos…
–Usted dice “veremos”. Ver o no ver plantea otra gran dificultad. La aceptación de no ver, mejor dicho, es la dificultad. Hacer previsiones es una cosa, pero ver verdaderamente es otra. Me gustaría volver en 200 años y ver qué fue de este mundo.
Vía Ñ