Daniel Abelenda Bonnet nació en Salto, en 1962, aunque ha vivido en el Depto.de Colonia desde los 7 años, y desde 2008, en Carmelo, donde es Profesor de Historia en el Liceo 2.
Está casado con la psicóloga y docente de Informática, Silvana Meinecke; su hijo Lorenzo Manuel es estudiante de Ingeniería en la UDELAR. «Afortunadamente, él ha elegido una carrera con futuro y bien remunerada», dice con orgullo de padre.
Ha ejercido el periodismo desde 1977, cuando ingresara como reportero de «Aquí Valdense». Allí aprendió el oficio con Raddy Leyzagoyen, secretario de redacción de «Helvecia». Debía llenar 4 páginas semanales con el acontecer de su ciudad, lo cual incluía cubrir los partidos de fútbol los fines de semana (lo cual aumentó su pasión por el balompié, tema de algunos de sus relatos).
Su otro gran amor, la poesía, apareció imprevistamente en 1978, historia que Abelenda nos cuenta en esta nota.
También ha escrito varias novelas dentro del género «thriller-político». Su obra «Secretos de Estado», ganó una Mención en los Premios del MEC en 2003. Fue finalista del Premio Onetti de la IMM con «Manodepiedra y otros cuentos» (2005). De Benito Ediciones publicó «El día de plomo» (2014), nouvelle basada en los trágicos hechos de abril del 72.
Actualmente prepara con Grupo Editorial del Sur (Buenos. Aires), su última producción, «El Americano», que saldrá a comienzos de 2017 en Argentina y Uruguay.
¿Cómo llegó la poesía a su vida?
Fue por 1978, yo cursaba 5º. Año de liceo y tenía que dar examen de Literatura y por sugerencia de mi madre (docente de Idioma Español), fui a prepararlo con el Profesor Nelson A. Viera, de N. Helvecia, que era un genio de las Humanidades (sabía mucho de Historia, Filosofía, Psicología, Música, Arte, tenía 3.000 libros y cientos de discos en su casa).
Ahí me enganché con Serrat cantando a Antonio Machado, Paco Ibáñez a los grandes poetas españoles, pero también con las letras del Flaco Spineta o Eduardo Darnauchans… Por supuesto, nada de esto (excepto Machado) estaba en el Programa de 5º. Año, plena dictadura. Lo que me mostró Viera me dio vuelta la cabeza, me conmovió como ninguna disciplina antes.
Y a partir de ahí, empezó a hacer literatura…
Todavía no. Entonces, 16, 17 años, yo trabajaba en un periódico local y como me gustaba mucho sentarme frente a la Olivetti de mi padre y escribir sobre cualquier tema (desde fútbol hasta política, lo que se podía) quería ser periodista profesional.
A la literatura la veía varios escalones por encima de mi capacidad. Me parecía que para ser novelista había que ser un erudito y para ser poeta, alguien con una sensibilidad superior. Yo podía aspirar a ser un buen periodista, pero la literatura era un traje que me quedaba demasiado grande…
¿Y cómo llegó a convertirse en escritor?
Las flores tienen su tiempo. En 2003 (ya había publicado un par de libros de Historia y Periodismo), en Montevideo, me presentan al editor de Abrace y destacado poeta Roberto Bianchi. Él me ofreció publicar cuentos cortos y poemas. Y ahí me animé a publicar ambos. Y para mi sorpresa, ¡los poemas gustaron más que los cuentos -que no eran malos! Para 2014 tenía un cuaderno y Bianchi me editó “30 Poemas” y un prólogo de Luis A. Carro, otro autor que me alentó “a no descuidar la poesía.” Hoy convivo con ambos géneros.
¿Qué tiene de específico la poesía para Ud.?
Es mucho más personal, más intimista que la narrativa, donde se puede (y debe), distorsionar la realidad o las vivencias. Una novela es eso: un mix de historia, autobiografía e invención (total o parcial).
En un poema hay que hablar de uno mismo y de lo que nos pasó, bueno o malo. No se puede engañar al lector, este se da cuenta. La invención está en las palabras elegidas y la estructura, la forma. Pero el fondo son siempre “trozos de nuestra propia vida” (Cortázar). Y está la brevedad, la concentración de sentido. La poesía es intensidad de palabra. Debe transmitir emoción o reflexión, al toque. Tiene que tener punch.