Por Prof. José Luis Pittamiglio / (edil Frente Amplio)
Entre enero y setiembre de 1976, ocho cuerpos aparecieron en las costas de nuestro departamento de Colonia, siete hombres y una mujer. Con señales de haber sido asesinados, con marcas en todo el cuerpo porque habían sido salvajemente torturados. El gobierno de la época era el que estaba directamente implicado en esos ocho asesinatos y difundió el rumor –absolutamente falso- de que se trataba de marineros coreanos que habían caído al río luego de una pelea a bordo. El diario EL PAÍS –como no podía ser de otra manera- se hizo eco de esta mentira funesta y ayudó a difundirla por todo el país. Esos son los NN que fueron a parar al cementerio de Colonia.
Fue un edil del Partido Nacional quien pidió que la Junta Departamental creara una Comisión de DDHH e insistió a partir del primer año de democracia –más precisamente el 13 de setiembre de 1985- para que la Junta y la Justicia investigaran estos hechos. Ese edil departamental fue Alberto Badaracco, que sabía que esos ocho cuerpos pertenecían a ocho militantes que habían sido asesinados por la dictadura uruguaya o por la dictadura argentina. Badaracco no se creyó el cuento de los coreanos y comenzó –implacable- a trabajar para proteger esos huesos y aclarar la identidad de los NN. A Badaracco lo amenazaron en esos días, lo llamaron varias veces por teléfono para intimidarlo y decirle que dejara las cosas como estaban. A tal punto que llegó a concurrir con un arma en su auto cada vez que iba para Colonia. Pero nunca dejó de reclamar por la suerte de esos ocho muchachos que nunca conoció, que nunca habría de saber cómo se llamaban, a quién querían, con qué soñaban. Movió cielo y tierra y no dejó nunca de buscar los caminos de la verdad y la Justicia.
Me parece importante recordar la figura del ya desaparecido edil: un hombre que defendía sus ideas –muchas de las cuales tuvimos el gusto de compartir y otras en lo más mínimo- pero reconozco en él esa honestidad intelectual que no abunda. En los momento de coincidencia, era un hombre que manejaba muy finamente la ironía y sabía usar el humor para dejar en evidencia esos puntos débiles que nuestros razonamientos tenían. Cuando teníamos puntos de vista diferentes –que era la mayoría de las veces- sabía discutir de frente y con respeto, sin excederse y dispuesto a tender una mano al adversario una vez que el fragor de la discusión nos daba una pausa.
Nunca abandonó la búsqueda de la identidad de aquellos ocho cuerpos, a pesar de que muchos lo miraban de reojo por hacerlo. Incluso dentro de su mismo partido. Pero el juego democrático es eso: respetar al otro, discutir cuando haya que hacerlo, celebrar las coincidencias cuando ocurren. Me dejó toda la impresión de ser un hombre recto, con convicciones firmes, que como médico no formó parte de la poderosa corporación médica de Carmelo, sino que más bien fue un outsider de la medicina, alguien que parecía estar fuera del grupo y me parece que él no se sentía como parte de esa corporación médica.
Quiero adherirme al sentido homenaje a un adversario político que supo ganarse nuestro respeto y a un hombre que supo tener la sensibilidad necesaria luego de uno de los capítulos más tristes que ha vivido este país.