Por Elio García /
El día que al escritor Paul Auster le dieron el Premio Príncipe de Asturias, en su discurso dijo «Durante años, en todos los países del mundo occidental, se han publicado numerosos artículos que lamentan el hecho de que se leen cada vez menos libros, de que hemos entrado en lo que algunos llaman la «era posliteraria». Puede que sea cierto, pero de todos modos no ha disminuido por eso la universal avidez por el relato.»
Estoy de acuerdo con Auster y a esas palabras le agregaría que hoy además se lee desde otros formatos y con otras urgencias. No solo consumimos sino que producimos textos con diversas tecnologías que permiten sin mediaciones llegar a públicos jamás imaginados. Durante todo el tiempo producimos textos como nunca antes en la historia de la humanidad.
Hoy desde tu casa existe la posibilidad de llegar a millones de personas, solo depende del interés, de tu creatividad y de estar en sintonía con los nuevos públicos virtuales.
Hay una necesidad de hablar, opinar, decir, contar, narrar, explicar incluso las intimidades más privadas de la vida. Por alguna razón extraña mucho de esos relatos se transforman en discusiones y se eleva el tono hasta los límites de la agresividad. En las redes sociales abunda, entre otras miserias, la de estar enojados con todo.
La falta de educación no institucionalizada se refleja en las redes sociales y atraviesa todos los perfiles y sectores sociales, las profesiones, los géneros y estilos de vida. Hay una inmensa proporción de ciudadanos que están molestos y canalizan su furia a través de textos, muchas veces repetitivos sobre miradas públicas y privadas.
¿Qué nos espera de todo esto? Claramente un cambio profundo de las relaciones personales, donde la gente convive con su personalidad social y la virtual, que raramente coinciden con lo que verdaderamente uno es como ciudadano y vecino.
A nadie sorprende entonces ver a un referente local mandarse una puteada desubicada sobre cualquier asunto en el Facebook. Ya casi nada tiene límites y en varios casos los ha comenzado a poner la Justicia.
A veces hay gente que me cuenta sentir vergüenza ajena por las cosas que ven en las redes sociales.Por fotos bizarras o comentarios fuera de lugar. La vanidad. La elaboración de un perfil perfecto. La valorización de lo material o superfluo. Una saturación de contenidos egocéntricos. Una facilidad por el insulto.
Sin embargo, en este panorama desolador, la cercanía de quienes están lejos, funciona de otra forma. Con mayor respeto. Viejas amistades, compañeros perdidos en el tiempo, reaparecen desde los sitios más increíbles y vuelven ahora en el día a día, con sus historias e incluso alguna fotografía vieja de aquellos tiempos cuando fuimos niños.
Con esto quiero decir que la posibilidad de consumir buenos contenidos esta en cada uno de nosotros. No participar de líos virtuales con opiniones hirientes es también una opción de vida.
Tal vez la más inteligente.