¡Viva la Pepa!

Todo vale.

La «foto» se viene repitiendo. A veces es una persona, otras un conjunto, eso no interesa mucho. Lo cierto es que alguien hace algo en un espacio público porque se le ocurre, o lo considera necesario para la sociedad. Y luego los medios legitiman esas acciones ciudadanas desde valores como la entrega, el compromiso o la empatía. Y todos están felices.

Pero nadie se pone a pensar lo que subyace en estas acciones y que es motivo de esta nota. La gente ya no pide permiso. Se le puede ocurrir a cualquiera  construir un elefante mecánico, una versión del Obelisco, una explanada para mirar la luna o una pirámide y va con sus herramientas y se pone a construirla, donde sea y como sea.

Pasan de todo trámite y burocracia. Y ahí tenemos varias obras que invito a descubrir. Tampoco es mi intención nombrarlas porque últimamente estas reflexiones algunos -para no asumir responsabilidades- las intentan catalogar de denuncias.

Y no es una denuncia. Es una realidad. Las instituciones se están volviendo invisibles porque carecen de ideas y no intervienen como deberían en las cosas públicas. La gente les pierde el respeto a los expedientes, se aleja de la burocracia y hace cosas a su antojo.

¿Dónde está el problema? Está en la convivencia ciudadana. En el respeto a las normas y a las reglamentaciones. En la figura que representa la autoridad pública y en las respuesta que nosotros esperamos de éstas.

Si la institucionalidad no existe, si hacemos lo que queremos y no hay controles, ni sanciones, ni reglas claras, vamos erosionando aspectos importantes e intangibles que marcan la relación entre vecinos.

Nos vamos rodeando de bolazos urbanos, con una estética kitsch, cualquier cosa esta permitida si el dinero y el trabajo lo ponen otros.

Entonces la ciudad es un viva la pepa.

Elio García

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