Por Sebastián Olivera /
El escritor español Mateo Alemán dijo alguna vez: “La juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu”.
Esta es una frase más que acertada y un claro ejemplo de ello es lo que ha ocurrido en las últimas horas en nuestra ciudad.
Como todos sabemos y ya lo hemos informado a través de nuestro medio, este fin de semana se viene llevando adelante “Arte + Juventud” en Carmelo.
El nombre del evento habla claramente de quienes participan en él, sin embargo uno de los objetivos de los organizadores es que el mismo sea abierto y que participen chicos, jóvenes, adultos, y por qué no, adultos mayores.
Debo reconocer que anoche me vi sorprendido mientras hacíamos la cobertura de dicha movida en dos de los paseos públicos de la ciudad; Plaza Independencia y Plaza Artigas, donde lucen dos gigantescos escenarios por el que circulan jóvenes con diferentes propuestas.
Lo que observé en Plaza Independencia llamó más aún mi atención; mientras tocaban bandas de rock «pesado», había en el entorno unas 15 o 20 personas que promediaban los 70 años de edad, o más.
Cuando digo que me llamó la atención, significa que me sorprendí gratamente al ver como adultos mayores compartían un mismo espacio con un público bastante alejado a ellos en cuanto a edad.
Y no es que esto no pueda ocurrir – ya que es algo común y corriente en otros ámbitos -, en realidad lo curioso era lo que sucedía arriba del escenario, una banda de rock llevaba adelante su show con un estilo particular, demostrando así su arte y juventud.
En Plaza Artigas la escena era similar. Pero allí era casi previsible, teniendo en cuenta que actuaban grupos de percusión y murgas, un estilo que relaciona mucho más a jóvenes y adultos a nivel local.
Hoy ocurrió algo similar. Si bien los adultos mayores a los cuales voy a hacer referencia no se encontraban compartiendo el mismo espacio que los jóvenes, creo que gran parte de la escena que vi estaba directamente relacionada con la frase que mencioné al principio.
Como estaba previsto, temprano en la tarde los espectáculos dieron comienzo en los escenarios ubicados en ambas plazas.
Plaza Independencia lucía con bastante gente, por el contrario, Plaza Artigas mostraba una imagen bastante desoladora. Sin embargo había un público que observaba lo que ocurría arriba del escenario detrás de dos ventanales, como si se tratara de un sector vip en un recital, con vista directa al objetivo.
Se trataba de los abuelos del Hogar de Ancianos “Aida Arce de Rodríguez”, quienes se habían instalado, uno al lado de otro, detrás de los ventanales que tiene el lugar, con su mirada fija y atenta a lo que sucedía a pocos metros de ellos.
Allí el sonido y la iluminación tomaban protagonismo brindándole la posibilidad de lucirse a diferentes artistas, que seguramente no sabían que tenían tal público observándolos.
Ya sea porque se trataba de una vista diferente a la que están acostumbrados o simple curiosidad, allí estaban, descubriendo toda esa tecnología que nunca antes habían visto.
Con el pasar de las horas, poco a poco los abuelos se fueron retirando de las ventanas y el living del hogar quedó vacío. Pero había alguien que aparecía de forma intermitente detrás del vidrio y seguía con gran entusiasmo la melodía que provenía desde la plaza.
La vi una y otra vez aparecer allí, y hasta mover su cabeza al ritmo de la música, y fue cuando recordé la frase de Alemán en la que decía que la juventud no es un tiempo de la vida, sino un estado del espíritu. Cuanta verdad representada frente a mi.
Me acerqué hasta el hogar y le pregunté su nombre. Soy Maira Martela me respondió con una simpática sonrisa.
Decidí retratarla mirando hacia aquel mundo de luces y sonido que ella no frecuenta ver, y en apenas un par de minutos me contó lo mucho que le había gustado todo lo que había visto pasar por arriba de aquel escenario.
Maira, como muchos otros adultos mayores, representa ese estado del espíritu que ninguno de nosotros deberíamos perder, perpetuando en lo más profundo de su ser eso que llamamos juventud.