Por Carlos Fariello (*) /
La producción de bienes culturales y el acceso del público a los mismos requiere de reglas que hacen a una concepción estética y ética determinada, y también a cuestiones de economía, donde los financiamientos planificados las hagan realidad.
Mientras que las consideraciones desde el punto de vista estético se mueven dentro de complejas coordenadas filosóficas, siempre queda al descubierto lo visible, lo que se ve, se toca, se huele y circula entre la gente y se transforma en un hecho cultural.
Producir un espectáculo de cualquier índole artística, editar libros, organizar conciertos, crear y grabar un disco o video, suponen – además de ideas e ingenio – articular estrategias que tienen un costo económico determinado.
En el interior todo ello se multiplica varias veces, numéricamente hablando, y se convierte en freno que enlentece los proyectos de muchos artistas en ciernes que quedan al margen, cada vez más lejos de las posibilidades.
Otras veces, ciertos mecenazgos improvisados, a veces dignos de aplausos, hacen posible lo imposible, pero piden al autor que haga alguna concesión, que aunque no se haga explícita siempre existe. Es como un aval al político de turno, por ejemplo el intendente del momento, a un grupo político, a un sector económico de poder, etc.
A veces, se piensa que ese mecenazgo es necesario y que tiene obligaciones lo oficial para con todos los creativos de promoverlos, y permitirles así difundir sus obras.
Muchas veces, lo oficial ejerce una especie de efecto totalizador sobre la cultura como si quisiera mostrar todo lo que se hace en el país desde una perspectiva unitaria y homogeneizante, hasta con un sello ideológico determinado, pensada siempre desde la capital – que no es todo el país – aséptica de valores y colores propios de cada pueblo y ciudad del interior.
Es importante, además de los planes ministeriales y municipales de cultura, abrir las puertas a posibilidades de generar alternativas independientes, sin etiquetas y sin camisetas, apropiadas al contexto y al momento, que permitan llevar lo que muchos hacen y crean a todos, de manera democrática y también gratuita.
Hace horas en Durazno, una experiencia de este tipo, con el nombre de Cuenta Cultura, se convirtió durante tres días en uno de los hechos artísticos y culturales del año. Fue una movida concebida como respuesta, por parte de gestores culturales, libreros, artesanos, escritores, músicos y algunas entidades sociales, a un anuncio hecho meses atrás por las autoridades municipales, de no realizar en este año la tradicional Feria del Libro, un acontecimiento ya tradicional por allá.
En menos de un mes se echó a andar la máquina de los sueños y las ganas de hacer entre todos y para todos, y se hizo realidad y se compartió durante tres días en un ambiente de libertad, sin ataduras y sin compromisos. Los creadores, sus obras y el público, en comunión íntima, esa que siempre se genera en los eventos culturales por más que sea multitudinarios.
Presentaciones de libros de autores locales y nacionales, de discos de músicos del lugar, mesas redondas, exposición de artesanías, ventas de librerías, plástica, gastronomía, abundaron en una feria popular donde la gente con su presencia aportó la escenografía.
Cada lugar tiene su realidad artística y popular, su historia y su mística, y merece la pena articular las estrategias para que comiencen a florecer estos espacios donde todos participan, de uno u otro modo, provocando el disfrute por el arte y potenciando la construcción permanente de nuestras identidades, como para ir sabiendo quiénes y cómo somos.
(*) Carlos Fariello es profesor y escritor. Estudió Tecnología Educativa en IPA, CLAEH y USAL. Es responsable del Observatorio Astronómico de Durazno, que funciona en el Instituto Dr. Miguel C. Rubino.