Querer hacer siempre todo perfecto puede parecer una excelente cualidad, sobre todo si se presenta a un puesto. Pero no te dejes engañar. El perfeccionismo también puede terminar generandote un pico de estrés agotador.
¿Cuál es la diferencia entre una cuota sana de productividad y predisposición, por un lado, y el perfeccionismo enfermizo, por otro?
«Aprendemos desde muy pequeños, tanto en casa como en la escuela, que se espera que rindamos bien», dice Meltem Avci-Werning, psicopedagogo. Querer hacer todo perfecto puede ser una respuesta a este tipo de demandas. En realidad, no está mal, porque luego, en la vida laboral «uno puede confiar en que los perfeccionistas harán buen trabajo», explica la asesora Gaby Regler.
Pero el perfeccionismo puede ser una carga pesada, no sólo para realizarse en la vida, sino también en el vínculo con otras personas.
Los psicólogos distinguen dos modos de ser perfeccionista: si alguien quiere lograr siempre lo mejor pero también es capaz de admitirse errores y de permitírselos a los demás, no es un problema.
Pero si alguien tiene parámetros extremadamente altos en su vida cotidiana y no se mueve de esas pautas porque su autoestima depende de eso, el perfeccionismo puede convertirse en un serio problema, sobre todo si tiene la sensación de que sólo lo van a querer o aceptar cuando da su máximo rendimiento.
Esas personas suelen ver más los errores que los logros y sufren mucho cuando no pueden cumplir con las metas o los estándares altos que se habían puesto. Eso podría derivar en varios tipos de miedos, como por ejemplo, a los exámenes.
Esta gente además se caracteriza por posponer todo, porque las cosas nunca están lo suficientemente bien como para cerrarlas o darlas por concluidas.
«Los perfeccionistas suelen necesitar más tiempo para todo en el trabajo que otros compañeros», explica Gaby Regler. Además, les suele costar bastante delegar porque quieren hacer todo ellos mismos pero, al mismo tiempo, viven sintiendo que nunca terminan con lo que tienen por hacer y eso los estresa muchísimo.
A largo plazo, no saber lidiar o manejar de otro modo este tipo de perfeccionismo puede derivar en depresiones, picos de estrés y a veces trastornos alimenticios, justamente porque la exigencia demasiado alta genera un estrés que se torna prácticamente crónico.
¿Qué ayuda? Observarse y analizarse de un modo crítico. Avci-Werning recomienda pensar dónde esta la causa de este comportamiento. ¿Quiero hacer carrera y por eso quiero hacer un trabajo superdestacado en el cargo que estoy? ¿O tengo la sensación de que tendría que hacer todo perfecto para caerles bien a los demás? Eso podría ser un indicio de problemas de autoestima, con lo cual no estaría mal consultar a un terapeuta.
Pero no todo tiene que terminar en el diván. A veces es útil pensar si algo que uno está pensando hacer será muy importante visto en retrospectiva, al terminar el año. De ese modo, podrá evaluar si vale la pena aplicar todo su perfeccionismo en esa tarea o no.
Otro modo de ayudarse es hacer pausas, tomarse el tiempo para recuperarse. Es cierto que no hacer nada es una tarea extremadamente difícil para un perfeccionista, pero un buen truco podría ser preguntarse «¿qué podría hacer, activamente, que al mismo tiempo me relajara?».
Para algunos la respuesta está en el deporte. Para otros, verse con amigos. Otros se recuperan con una buena meditación.
En otras palabras: no te dejes estar. Hay trucos que te ayudarán a mantener a raya el perfeccionismo o incluso encauzarlo para que, en lugar de ser un obstáculo, fluya sin ser una barrera.
dpa