Carmelo 2030
Capítulo 1 – La llegada
El 2 de enero de 2030 a las 13 y 30 de la tarde yo Matías Piedrabuena avanzo en mi coche eléctrico del “Plan Charrúa”, hacia el Aeropuerto Internacional de Zagarzazú. Al salir por los accesos norte de la ciudad, prefiero tomar la opción del subterráneo próximo a la Terminal de Ómnibus de Carmelo que se muestra repleta de turistas chinos.
Ya debajo de la tierra no me costó ni un segundo tomar la opción “Zagarzazú”, dejando de lado la otra opción “Ruta del Vino”, el nombre me recuerda que a la vuelta debía pasar por el Centro Internacional de Interpretación Turística Carmelitana para pedir el folleto virtual sobre eventos de verano.
Al salir sobre la Autopista 21 fui llegando al aeropuerto y no tardé nada en estacionar en la parada más próxima que me dejaba frente mismo al Centro de Compras, para acceder al cajero automático y pagar unas facturas que vencían de impuestos al Oxígeno Público, levantar la Tarjeta Nacional de Racionalización del Alcohol en Sangre 2030 y abonar la Tasa de Alumbrado Público Inter Ciudades Sustentables.
En la pista del aeropuerto internacional la nave se materializó en mis ojos a los dos minutos de salir de San Fernando (Argentina) y ya bajaron unos turistas chinos que preguntaron sobre las dunas de Zagarzazú. La señorita recepcionista de Turismo Ciudadano + Local, con el dedo índice corporizó una foto de alta definición que suspendida en el aire mostraba la costa del balneario llena de arena luego que diez años antes colocaran unas piedras enormes que habían permanecido durante años para intentar proteger la erosión costera.
Mientras miraba todo ese barullo allí estaba el mismísimo Pedro Anchorena quien me saludó con cortesía y me pidió que antes de todas las vueltas para dar, quería ir a las Canteras Termales del Cerro a pegarse un baño de sales. Asentí con desgano, mientras sutilmente Anchorena me espiaba en su microcelular virtual la medida de alcohol en sangre que podría llegar a tener. Vi un cero enorme y sonreí para mis adentros.
Luego del baño termal en las canteras aprovechamos a pasar por el Segundo Puente de Carmelo “Don Víctor” para volver por bypass al renovado Puente Giratorio donde ya a sus ingresos un imponente hotel internacional saludaba a los visitantes con un cartel de última generación que en todos los idiomas decía “siempre regresa, he always comes back, il revient toujours, 他總是回來, ele sempre volta.”
Ya cruzando el puente se largó un fuerte aguacero, a medida que iba llegando a Plaza Independencia, me desvié a la opción de la autopista “Casco Urbano” para luego bajar sobre Roosevelt, al Carmelo Arena, un espacio creado por el Municipio a través de la OPP que servía para descongestionar gran parte de los coches eléctricos de la ciudad con una diversidad cultural de programas permanentes las 24 horas del día. El estacionamiento permite una conexión a una gran pantalla que simulaba la vueltita a la playa de los domingos. Sin moverse del lugar uno da las vueltas que quiere por el ancla, playa loca, puede elegir tránsito rápido o congestionado. La ficha tiene un costo de 15 mil pesos uruguayos, nada, un vuelto.
Salimos de allí con Anchorena rumbo a Piccolino y el viajero se sorprendió de la nueva fuente de aguas danzantes saborizadas que realizaban extrañas figuras, sobre 18 de julio, frente a la Iglesia, dándole un toque distinguido al lugar. Cuatro perros callejeros con chips parecían saludarnos al confundirnos -por lo menos a mí- con un turista.
Bienvenido a Carmelo, le dije a mi amigo. Mientras esperábamos cruzar 19 de abril, en medio de la tormenta. Anchorena parecía divertirse como el agua de la avenida desaparecía a través de enormes desagües invisibles para el ojo humano, que además secaban la calle como si no existiera agua.
- Estamos en el primer mundo, en el Carmelo Natural mi querido amigo Piedrabuena –respondió con cortesía casi inglesa el señor Anchorena.