Por Elio García
En estos días comienzan las clases. Uno de los hechos sociales que cambian radicalmente la vida de cientos de miles de familias uruguayas. Y ese cambio se percibe en las diarias rutinas, en aquellas cosas que las tenemos tan naturalizadas que se vuelven casi invisibles.
Pero ya los mediodías no serán los mismos, ni las mañanas, tampoco las tardes y menos las noches en la vida familiar. Eso marca la importancia que tiene para todos nosotros y la influencia que ejerce aún hoy en esta sociedad envejecida el mundo de la niñez y la juventud.
Hablamos entonces de tiempo «ocupado», de un grupo de seres humanos en proceso de escolarización -por citar un ejemplo- que salen de la casa y la sociedad los institucionaliza a través de diversas escuelas públicas y privadas del país.
Y no salen de nuestras casas para darle respiro a nuestras vidas de padres, con el rol protagónico que adquiere otra figura importante en nuestras vidas: la del maestro; lo hacen también para adquirir saberes, destrezas y valores.
La reflexión es cómo acompañamos estos procesos educativos, no solo sabiendo que al llegar a su casa tendrá lo básico indispensable, sino hasta donde estamos dispuestos como adultos a involucrarnos y comprometernos.
La forma de comprender el mundo, la manera de relacionarnos con los demás, la composición en el imaginario de nuevos escenarios que impliquen vivir en una sociedad más justa y democrática confluyen en la calidad educativa de los ciudadanos.
La basura en las calles, el insulto cotidiano, lo barato, la viveza criolla, habla de nosotros. Es en los detalles que se ve la calidad educativa de un ciudadano. Una institución educativa no se valora por las medallas que obtienen un pequeño grupo de alumnos inteligentes. La calidad se refleja justamente en cómo tratamos a los que tienen dificultades, cómo acompañamos al alumno en problemas, cómo sortean las dificultades aquellos que les cuesta enormemente resolver un ejercicio.
Recordemos que todo lo que somos, está relacionado con el tratamiento que recibimos en nuestras familias y en las instituciones donde nos educamos.
Nuestro carácter y actitud la aprendemos acompañados de la familia, los amigos, vecinos y nuestros maestros. Y eso se nota en los ciudadanos y en su compromiso social. En la construcción del respeto a la autoridad, la disciplina, el orgullo por la comarca, los intangibles que unen a las comunidades y le dan sentido de pertenencia.
Cuando escribo hablo yo, pero también todos aquellos que me enseñaron a escribir, a comprender y a explicar el lugar de la sociedad donde vivo.
¿Quién puede dudar que todos buscamos el mejor lugar?
Feliz año lectivo 2018.