Por Elio García
«Vivo de aquello que los otros no saben de mí.»
Peter Handke
Hay un consenso invisible: en un pueblo chico que de las cosas que no debemos hacer no se puede escribir ni divulgar. «Es un secreto a voces» sostienen y allí queda.
Hablar de las malas prácticas es acercarnos a la sociedad de la transparencia, y entonces aparecen las apariencias. Tanto la verdad como las apariencias no son cosas absolutas. «No todo lo que brilla es oro», dice el dicho popular.
La transparencia socava el poder, porque éste para existir debe tener parcelas de secretos. Alcanzar la transparencia en nuestras prácticas diarias es también llegar a un nivel de vigilancia tal vez incómodo. Pero es necesario equilibrar esos espacios de poder que dan impunidad, hablando con la verdad. Escribirlas y poner la firma.
Es cierto, soportar el silencio de las malas prácticas tiene un costo. Y es la sociedad quien debería darse cuenta del punto exacto de tolerancia y el quiebre del límite que confluye en lo socialmente inaceptable.
La sociedad se degrada si tolera las malas prácticas. Mostrar las mismas es un gran avance que sirve no solo como testimonio, sino además para que conozcan que no somos tontos y nos damos cuenta de cuando se apartan de lo ético.
Así podemos delimitar con nuestra libertad de pensamiento las acciones reprobables que no deberían suceder en una sociedad más justa y democrática.
Darse cuenta es el primer paso en construir ciudadanos responsables y hacerse el distraído debería tener un costo importante.