“En verdad, no tenemos una sola vida sino varias vidas sucesivas.” Chateaubriand.
Muy pocos indicios en la existencia de José Pedro Varela (19 marzo, 1845 – 24 octubre, 1879) habrían pronosticado que tendría el sitial de honor que finalmente ocupó en nuestra Historia: el de Reformador de la enseñanza pública.
Varela es uno de los próceres orientales, impertérrito en el bronce de los bustos de casi todas las escuelas del País o sentado paternalmente desde el imponente monumento de Bulevar Artigas y Avenida Brasil, en Montevideo (inaugurado en 1918).
Su retrato más conocido, un hombre aún joven, con espesa barba, y de perfil (disimulando el ojo derecho, que perdiera en un accidente de caza) aparece en los billetes de 50 pesos, y se multiplica en la tapa de los cuadernos que Primaria entrega a los escolares.
Y hasta no hace mucho, cada 19 de marzo, era obligatorio el acto en el patio de la escuela, con Himno Nacional, discursos de la directora y hasta alguna canción que lo evoca, como la hermosa “Sembrador de abecedario”, del maestro Ruben Lena.
¿Pero quién fue realmente este hombre? Me animo a decir que no fue uno sino varios; o que vivió varias vidas, a pesar de lo breve que fue la suya, aún para la segunda mitad del Siglo XIX, época azarosa y con pésimas condiciones sanitarias: 34 años.
Fue el tercer hijo de Jacobo Varela, José Pedro, que en realidad se llamaba Pedro José, pero decidió cambiar el orden de sus nombres de pila, para que no lo confundieran con su pariente Pedro Varela (expresidente interino de la República en 1875), colorado “candombero”, una fracción del Partido de Rivera que el joven José Pedro y los “principistas” despreciaban.
Su padre poseía una barraca en Montevideo, que era manejada como empresa familiar -trabajaban todos los hijos varones. Y fue así que al culminar José Pedro el tramo secundario de su educación en el Colegio de los Padres Esculapios (15 años), su progenitor se opuso a que este se inscribiera en la “Sección Preparatorios” de la Universidad de la República, para seguir la carrera de Abogacía, probablemente, dada sus inclinaciones humanísticas.
Fue así que José Pedro tuvo que resignarse y continuar detrás del mostrador, “midiendo tablones” (como le dirá en una carta a su esposa Adela Acevedo) por muchos años más, hasta que Lorenzo Latorre lo nombra Director General de Instrucción Pública (equivalente a Ministro de Educación hoy), con un interesante sueldo mensual de 100 pesos (el Coronel Latorre ganaba $ 800, como “Gobernador Provisorio”, o sea, Presidente de la República).
Evidentemente desconforme con su mediocre vida de comerciante, Varela se procurará los canales para encauzar lo que fuera acaso su verdadera vocación: la de escritor y específicamente, poeta. Publica varias notas “culturales” o sobre temas sociales en la Revista Literaria de un Montevideo todavía provinciano y capital de un país ganadero.
Así, en 1866, aparece un artículo titulado “La Iglesia Católica y la sociedad moderna”, donde el joven Varela reflexiona críticamente acerca del peso político y el lugar casi omnipresente del catolicismo en la vida nacional, especialmente en la educación (recordemos que hasta nuestra segunda Carta, en vigencia desde 1919, el Estado uruguayo no era laico sino confesional: la religión oficial era la Católica Apostólica Romana).
A pesar de no haber cursado estudios superiores, Varela recibió una esmerada formación de corte liberal y avanzada para su época. En efecto, los padres escolapios, si bien eran católicos, profesaban una filosofía liberal, e incluso, afín a las ideas de la Masonería, en algunos puntos. Recordemos que la segunda mitad del Siglo XIX en el Uruguay, presenciará un duro enfrentamiento del catolicismo más tradicional de Monseñor Jacinto Vera y la prédica anticlerical, de corte positivista de los representantes de las Logias que se multiplican en todo el país (un caso muy sonado ocurrió en 1860, cuando el cura párroco de San José de Mayo, se negó a dar sepultura en el cementerio local a un ciudadano masón.)
Hoy sabemos que Varela no integró formalmente la Masonería, aunque muchos de sus colaboradores y amigos eran masones, así como su futuro suegro, por lo que las ideas de una escuela “laica, gratuita y obligatoria”, debieron permear su pensamiento.
De estos años, se ha conservado una foto de José Pedro (muy poco difundida) donde aparece un jovencito flacucho, desalineado, sin barba y casi rapado, ensayando un gesto excéntrico, entre la burla y la provocación, junto con quien sería su mejor amigo y fiel colaborador, Carlos María Ramírez. Según cuenta este influyente intelectual, a Varela se lo conocía entonces por “el loco”, o también como, “el sacerdote de Venus”, por su inocultable afición a los lances femeninos. Un aspirante a poeta que incursionaba también en temas políticos, pues este núcleo de amigos, se declaraba “principista” y renegaba de las divisas tradicionales –blanca o colorada- y su forma de conducir al país que, opinaban, retrasaban al Uruguay del camino del Progreso, la Libertad y la Democracia. Estas publicaciones sufrirán la censura gubernamental, el cierre, e incluso la cárcel o el destierro para sus redactores responsables.
En 1867, con 22 años, Varela viajará a Francia (París) y luego a Estados Unidos (Nueva York, Boston), en una travesía que partirá en dos la vida del joven periodista. En la Ciudad Luz, centro del mundo cultural, le mostrará sus versos al célebre Víctor Hugo.
Al País del Norte, punta del avance científico-tecnológico, Varela irá por negocios: fletará a Montevideo, dos importantes embarques con herramientas y materiales para la barraca (que ahora dirigía junto con su hermano Jacobo). Ambas empresas resultaron un fracaso absoluto: a Víctor Hugo no le gustaron sus poemas y ¡los dos barcos se hundieron en el Atlántico!
Sin embargo, el destino lo pondría en contacto con un personaje clave en su futuro: en Boston conoce a Domingo Faustino Sarmiento, el padre de la escuela pública argentina.