Por Elio García
«Rociarlo con nafta y prenderlo fuego. Pasarlos por arriba varias veces para que sufran. Correrlos con un garrote y destrozarle el lomo. Matarlos a palos. Perseguirlos. Vaciar todas las balas de un revolver.»
Todas estas atrocidades vienen siendo escritas en las redes sociales, a lo largo y ancho del país como solución para los problemas de inseguridad. Quienes lo escriben no lo hacen a través de un seudónimo, son perfiles reales de personas que existen y en algunos casos las conocemos.
No es novedad hablar sobre la violencia verbal que se percibe en las redes sociales, pero es curioso ese diagnóstico que realizan individuos que en la vida real y no en la virtual son personas normales, tranquilas y que se muestran centradas en sus relaciones sociales, y frente a la comunidad.
Pero algo parece cambiar cuando a través de una computadora escriben sobre lo que ven, piensan o imaginan. Otra personalidad, esta vez virtual, se despliega frente a nosotros de gente que consideramos «normalita» y vemos como lanzan las más hirientes ideas frente a lo que podríamos hacer delante de un delincuente.
Y no es defender al delincuente y mirar al costado e ignorar la justa preocupación de uruguayos frente al tema de la inseguridad pública. Pero permitanme sorprenderme y no se si indignarme por las respuestas violentas que salen a luz desde las entrañas mismas de aquellos que escriben en las redes sociales, para todo el mundo.
Y tal vez en una ciudad cosmopolita esas cosas no se notan, pero en las comunidades pequeñas ver escribir tantas barbaridades de gente que en su vida cotidiana tiene una responsabilidad, un trabajo, un compromiso, una trayectoria, una sensibilidad, una historia familiar, un nombre y un apellido, realmente sorprende.
Que alguien cercano a nuestros afectos redacte un texto invitando a que prendamos fuego a un ser humano o que lo hagamos sufrir a través de actos de torturas, nos debe escandalizar.
Pero no hay indignación ni reproches, hay silencio.
Y lo peor, hay voces que avalan esas ideas, sobre vecinos que seguramente nunca van a cumplir esos actos. Pero lo dicen, lo escriben, lo sostienen. Lo están pensando. Lo imaginan y lo construyen en su imaginario.
Siento tristeza y dolor por ese silencio. Por no leer nada de quienes podrían escribir mucho.
Siento vergüenza e impotencia.
Pero me quedo con intentar transitar el camino del compromiso, por escribir desde este humilde lugar y manifestar mi mayor repudio a todo tipo de violencia, incluyendo a quienes escriben «soluciones» desde una mirada de barbarie.
No existe peor lugar para decir las cosas que nos pasan que desde el odio y la represalia.