Putin apuesta por el fútbol para romper el aislamiento de Rusia

El presidente de Rusia, Vladímir Putin (d), y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino (i), en el estadio Fisht en Sochi, Rusia. EFE/Archivo

Moscú (EFE).- Es bien sabido que al presidente ruso, Vladímir Putin, no le gusta el fútbol, pero el Mundial es una inmejorable oportunidad para romper el aislamiento internacional al que está sometido su país, al menos durante un mes.

«La FIFA ya ha dicho que el fútbol y el deporte están al margen de la política. Yo creo que esa es la única postura válida», aseguró el jefe del Kremlin.

Preocupado por un posible boicot occidental a la Copa Mundial, como ocurriera con los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, Putin no dudó en forjar una estrecha relación con el expresidente de la FIFA, Sepp Blatter, al que defendió a capa y espada de las acusaciones de corrupción.

Lo mismo ha hecho con el sucesor de Blatter, Gianni Infantino, quien no ha querido ni hablar de un posible boicot, ya no digamos de que Rusia se quedara sin torneo por supuestos chanchullos en las elección del país que debía organizar los Mundiales de 2018 y 2020.

Los ingleses, que se quedaron en la cuneta en esas elecciones, lo siguen intentando y, de hecho, la familia real británica no viajará a Rusia por el caso Skripal, a lo que se suma que el número de aficionados de ese país será mucho menor que en Brasil o Sudáfrica.

EEUU también puso de su parte para arrastrar a Rusia en la investigación que abrió en 2015 contra varios altos representantes de la FIFA, que fueron detenidos por corrupción, caso que Putin comparó con los de Snowden y Assange.

No obstante, los anglosajones no sumaron adeptos a la cruzada contra Rusia ni en el resto de los países europeos ni entre los latinoamericanos, asiáticos o africanos, al menos en lo que se refiere al primer Mundial de fútbol que se jugará en Europa del Este.

Educado en la URSS, desde su llegada al poder Putin ha intentado utilizar el deporte como herramienta de propaganda e instrumento de cohesión social, no en vano este país llegó a ser la mayor potencia deportiva del planeta.

El fútbol ruso se ha estancado y nunca se ha acercado a los niveles de excelencia alcanzados por estrellas mundiales de la época soviética como Lev Yashin u Oleg Blokhín, pero el objetivo es el mismo: el deporte no tiene ideología ni sabe de fronteras.

Putin, un gran aficionado al judo y al esquí, confiaba en que los Juegos de Invierno de Sochi 2014 abrieran una fase de concordia con Occidente y, aunque fueron un éxito, un mes después Rusia se anexionaba Crimea, lo que frustró todas sus esperanzas.

Desde entonces, las cosas no han hecho más que empeorar, ya que, además de las guerras en Ucrania y Siria, el escándalo de dopaje de Estado ha manchado hasta lo indecible la imagen del deporte ruso en Occidente, donde se ha convertido en un paria.

Aunque el fútbol ruso sólo se vio salpicado por el dopaje de refilón, el equipo de atletismo fue excluido de los Juegos de Río y todos los deportistas rusos tuvieron que competir bajo bandera neutral en los Juegos de PyeongChang.

Pero el Mundial es una roca inamovible y, con la inestimable ayuda de la FIFA, el Kremlin intentará beneficiarse de ello y declarar una especie de tregua en su antagonismo con Occidente.

Seguramente todo se reducirá a un pacto de caballeros, que terminará en cuanto se dispute el 15 de julio la final del Mundial en el estadio Luzhnikí.

Rusia espera recibir más de un millón de extranjeros, que se encontrarán con un país que ha construido doce estadios especialmente para el torneo, un caso único en la historia de los Mundiales.

Para este país el Mundial es un proyecto desarrollista, cuyo objetivo es sacar a Rusia de su atraso secular en materia de infraestructuras de transporte e iniciar una nueva era de bienestar.

Putin, que acaba de ser reelegido por otros seis años, quiere convertir a Rusia para 2024 en una de las cinco mayores economías del mundo y el Mundial es el primer paso para hacer realidad esos delirios de grandeza.

El Mundial será para Rusia la medida de todas las cosas, ya que de su exitosa organización depende que el mundo, no los políticos, vea que se trata de un país civilizado donde el vodka, el caviar y el comunismo no son más que vestigios del pasado.

Por de pronto, los aficionados se encontrarán con todo tipo de facilidades, desde la posibilidad de entrar en territorio ruso sin visado -ya que el FAN ID cumple esa función-, a una seguridad a prueba de bomba, tanto ante la delincuencia común como ante la latente amenaza terrorista.

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