«Maestro, ¿hoy es la final? Con razón hay tanta gente»

Por: Hernán Bahos Ruiz

Sochi (EFE).- Cuatro años antes, tras la final del Mundial en Suecia que dio a Brasil su primer título, Garrincha sorprendió a todos al criticar la calidad de ese torneo: «¡campeonato sin gracia este, que no tiene ni segunda vuelta!».

Brasil acababa de golear por 5-2 a la selección de Suecia ese 29 de junio de 1958. Era el broche de oro para una soberbia campaña de seis partidos, de los que ganó cinco y empató uno con una producción de dieciséis goles y apenas cuatro en contra.

Cuatro años después, el 13 de junio de 1962, la historia quedaba encarrilada para que los brasileños repitieran Mundial tras derrotar en las semifinales por 4-2 a Chile, los dueños de casa.

El problema era convencer a la FIFA de ignorar la expulsión del delantero derecho Manuel dos Santos, más conocido como Garrincha, quien se había convertido en la figura de Brasil tras la baja por lesión de Pelé en el segundo partido.

La apelación para convencer a la FIFA de permitir a Garrincha jugar la final, el 17 de junio, movilizó vertientes políticas y diplomáticas «en nombre del pueblo brasileño». Sus defensores recordaron los antecedentes de buena conducta del jugador, quien para entonces se perfilaba como el mejor jugador de ese Mundial.

La FIFA absolvió por 5 votos contra 2 al brasileño, quien de inmediato superó la depresión y a continuación quiso saber qué le faltaba a Brasil para ganar el segundo Mundial de su historia.

«¿Con qué equipo es que vamos a jugar la final?», preguntó.

«Con Checoslovaquia», le respondió uno de sus compañeros.

«¿Cuál es Checoslovaquia?», indagó Garrincha sin recordar que ya se habían enfrentado sin goles en la fase de grupos en la que vencieron además a México por 2-0 y de remontada a España por 2-1.

«Es aquella selección que empató con nosotros en el segundo partido, aquel en el que se lesionó Pelé», le explicó otro. «Ahh, aquellos que son grandes y fuertes pero no juegan nada», remató el hombre que nació con las piernas torcidas el 28 de octubre de 1933.

Garrincha es el nombre de un pájaro muy veloz pero sin clase ni vistosidad, como el habilidoso jugador que nunca se preocupó por saber detalles de la forma cómo jugaban sus rivales. No era por arrogancia o menosprecio, simplemente no le interesaba la táctica.

Cuatro años antes, un 11 de junio, a horas del partido que Brasil iba a jugar contra Inglaterra en la segunda jornada del Mundial de Suecia, el entrenador Vicente Feola explicaba al lado de una pizarra lo que esperaba del rival y de los suyos.

Mientras los jugadores escuchaban en silencio, Feola hablaba de lo que debía ocurrir en el primer tiempo y la forma cómo debían encarar el segundo. Con timidez emergió la voz de Garricha para interpelar a Feola: «Señor, ¿usted ya pactó todo eso con los ingleses?».

Mané era una caja de Pandora, pero no era lo que parecía.

Doña Leonor, la partera que lo recibió en este mundo, advirtió que las piernas del pequeño eran torcidas: la izquierda describía un arco hacia afuera, y la derecha otro hacia adentro. Además, la pierna diestra era 6 centímetros más corta que la zurda.

Se equivocaron los médicos, que no le auguraron un éxito deportivo y más al saber que fumaba tabaco desde los diez años.

Tanto desfase estructural a la postre le sirvió en el fútbol para engañar a sus rivales, que iban a un lado para neutralizarlo en tanto que él salía por el otro con el balón como atado a la bota.

Ni sus limitaciones eran suficientes para eclipsar su magia.

«El balón vino por la izquierda, y yo no remato bien con esa pierna, pero no tenía cómo cambiar de pie. Entonces chuté con la izquierda imaginando que era la derecha», dijo el 13 de junio de 1962 al explicar uno de sus dos goles a Chile en las semifinales.

Con la fama se afianzó su gusto por el alcohol. Y el caos en su vida se vio avivado por su desenfreno sexual. Reconoció a 14 hijos con esposas y amantes. Otros más quedaron por ahí, incluso un sueco.

La mesura y el cuidado físico no eran asuntos suyos. «Yo vivo la vida, la vida no me vive a mí», solía decir a sus críticos.

La única regla en su vida caótica era el fútbol y dentro de éste la belleza de un regate, el engaño a uno, dos o tres adversarios eran más importantes que el gol, el triunfo o el premio.

Por tanto desparpajo sincero le llamaban ‘la alegría del pueblo’.

Mucho se escribió y se dijo sobre su relación y la rivalidad con Pelé, una sociedad que nunca perdió un partido con la selección.

«Entre Pelé y Garrincha, el brasileño se queda con el segundo porque nos gustan más los derrotados que los victoriosos», sentenció hace unos años el director de cine Arnaldo Jabor.

El proclamado mejor futbolista del mundo en 1962 jugó tres mundiales, incluido el de Inglaterra’66. Participó en 60 partidos, de los que ganó 52, empató 7 y perdió sólo uno.

Pero falleció en la miseria el 20 de enero de 1983 en Río de Janeiro, a consecuencia de una «congestión pulmonar, pancreatitis y pericarditis, todo dentro del cuadro clínico de alcoholismo crónico», según el boletín médico.

Días antes de morir, un Garrincha de rostro regordete que ya no irradiaba felicidad al pueblo pero sí compasión admitió emocionado: «Me convertí en un símbolo de lo que no se debe ser en la vida».

Su velatorio se instaló en el estadio Maracaná y su ataúd fue cubierto con una bandera del club que lo hizo célebre, el Botafogo.

Veintiún años antes, el 17 de junio de 1962, en los graderíos del Estadio Nacional de Santiago aguardaban 68.679 espectadores para ver el duelo por el título entre Checoslovaquia y Brasil.

Esa mañana, Garrincha despertó resfriado y con una fiebre de 39 grados, lo que obligó al doctor Hilton Gosling a suministrarle un auténtico arsenal de analgésicos para poder ponerlo en pie.

Minutos antes de entrar en la cancha un hombre grogui, el mismo que había marcado cuatro goles en ese Mundial preguntó al seleccionador Aymoré Moreira: «Maestro, ¿hoy es la final?».

Con cierto espanto el técnico y otros jugadores le respondieron en coro que sí. Y con sonrisa inocente el genio de las piernas torcidas concluyó: «Ah, con razón hay tanta gente».

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