Estaban en desventaja, pero no es algo que los sorprenda. Los uruguayos, acostumbrados a ser minoría, también se hicieron oír en el Samara Arena, donde su selección se jugó el primer puesto del grupo frente al anfitrión.
Lo llaman desde hace casi un siglo «el milagro uruguayo», porque nadie entiende cómo un país de tres millones de habitantes fue capaz de dominar el fútbol olímpico, en 1924 y 1928 -donde inventó la vuelta olímpica-, cómo pudo ganar el primer Mundial y provocar el Maracanazo. Cómo ha podido mantener esa producción de estrellas durante generaciones (Obdulio Varela, Alcides Ghiggia, Fernando Morena, el Chino Recoba, Diego Forlán…)
Y cómo, de la mano del «Maestro» Tabarez se ha plantado por tercera vez consecutiva en los octavos de final de un Mundial.
En Samara, el celeste se intercaló entre el rojo y el blanco de una afición rusa que se ha enganchado al Mundial gracias a los éxitos de su selección y se dejó oír, pese a que la proporción era de 40 a 1.
«Se ha creado una relación especial con la gente. Uruguay es la selección que vendió más entradas de toda Sudamérica. Cuenta con los aficionados tradicionales, pero también con mujeres y niños y eso no es lo normal por la violencia que hay en los estadios. Pero los partidos de la selección son una fiesta y el fútbol es parte de la identidad nacional», había destacado la víspera el técnico Óscar Washington Tabarez.
Y así lo sintieron los cerca de 5.000 aficionados «orientales» que se han recorrido medio mundo para seguir a la Celeste, que entonaron con fuerza «sabremos cumplir» cuando sonó su himno y que fueron capaces de silenciar al resto del Samara Arena, con el temprano gol de Luis Suárez.
Comentarios