Juan José Lahuerta
Nizhny Novgorod (Rusia), 3 jul (EFE).- Es conocida la relación y el amor de Antoine Griezmann por Uruguay. Se la inculcó Carlos Bueno en la Real Sociedad, cuando sólo tenía 17 años y era un recién llegado al club donostiarra. Gracias a él se aficionó al mate, se hizo hincha de Peñarol y le enseñó una forma muy charrúa de entender el fútbol.
Después, en el Atlético de Madrid, Griezmann conoció a Diego Godín, uno de los hombres más respetados de la selección uruguaya. Tras muchos años en el Atlético y con Uruguay, es la prolongación de Diego Simeone y de Óscar Tabárez en el campo y el jugador francés entabló una gran amistad con él. Griezmann siguió enamorándose de la cultura uruguaya. Godín, incluso, llegó a convertirse en el padrino de la hija pequeña del francés.
La comunión entre Griezmann y Uruguay es total y el próximo viernes el jugador del Atlético de Madrid tendrá que enfrentarse a «su otro país» por una plaza en las semifinales del Mundial de Rusia. El encuentro invita a ser plácido por los piropos que siempre se han lanzado Griezmann y los jugadores uruguayos.
¿Pero dónde está la garra uruguaya? Parece escondida después de cuatro partidos en el Mundial en los que sólo han recibido una tarjeta amarilla cuando históricamente, a estas alturas del torneo, tenían una colección.
En sus tres primeros duelos (Egipto, Arabia Saudí y Rusia) se vio a una Uruguay menos Uruguay de la habitual, con menos agresividad futbolística, pero en octavos, frente a Portugal, el combinado charrúa volvió a guerrear para aguantar las acometidas del equipo de Cristiano Ronaldo.
Y, pocos días después de clasificarse para cuartos, la garra charrúa ha terminado de explotar, aunque sea desde una sala de prensa. Apareció Luis Suárez, y se acabaron los piropos. Fue preguntado por Griezmann y su condición de «uruguayo», y el jugador del Barcelona cambió de tercio.
«Antoine, por mucho que él diga que es medio uruguayo, es francés. No sabe en realidad lo que es el sentimiento uruguayo. Él no sabe la entrega y el esfuerzo que hacemos los uruguayos desde chicos para poder triunfar en el fútbol con tan pocas personas que somos. Eso lo sentimos nosotros. Tendrá sus costumbres, su forma de hablar y todo eso de uruguayo, pero el sentimiento nosotros lo sentimos de otra manera», sentenció.
Entonces… ¿qué es ser uruguayo en el mundo del fútbol? ¿Basta con aficionarse al mate o con hacerse hincha del Peñarol? ¿Es suficiente con entender el fútbol de forma aguerrida, solidaria y de brega?
El escritor y periodista Eduardo Galeano tal vez tiene la clave para responder a esas preguntas con una reflexión certera:
«No tengo nada de original porque, como se sabe, en mi país las maternidades hacen un ruido infernal porque todos los bebés se asoman al mundo entre las piernas de la madre gritando gol. Yo también grité gol para no ser menos y como todos quise ser jugador de fútbol».
Esa es la diferencia. En el fútbol, uno nace uruguayo, no se hace. Por mucho que Griezmann lo intente o lo parezca, como dice Luis Suárez, no lo es. Es un francés con sentimiento charrúa, un honor para todos los uruguayos que campan por Nizhny Novgorod y son preguntados al respecto. Aplauden que un jugadorazo como Griezmann tenga sentimientos uruguayos. Pero no es uruguayo.
Otro jugador como Nahitan Nández pidió este lunes a Griezmann que durante el partido sea «medio uruguayo». Pero lo hizo con cierta sorna, para solicitar a su rival que durante noventa minutos no sea cruel con su selección y así el camino hacia las semifinales sea más plácido.
Pero al final, ser medio uruguayo, uruguayo entero o nada uruguayo, no implica nada durante noventa minutos de un partido de un Mundial de fútbol. Griezmann, será francés, defenderá a Francia y, por más que lo piense, como dijo Suárez, jamás será uruguayo. Griezmann, es francés. EFE
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