Por Elio García
La calidad educativa de una institución se percibe no tanto en su infraestructura, ni en su plantel docente, ni en la inteligencia de sus alumnos, ni en las medallas y trofeos que reciben y consolidan el orgullo de todos nosotros.
La calidad educativa se ve en cómo tratan a los chicos que tienen problemas de aprendizaje o sencillamente problemas.
No hay tiempo para ellos. Los días pasan y los años más importantes se escurren dentro de planes, intentos o miradas académicas, cifras o cosas inventadas que sirven poco.
¿Pero cuál es la definición de fracasar? ¿Cómo construimos a los perdedores?
Fracasamos cuando simulamos. Cuando mostramos solo lo mejor y escondemos lo peor. Cuando lo peor es solo una fabricación llena de problemas reales pero también de estereotipos. Cuando te apartan y te discriminan.
Fracasamos cuando pedimos hablar y pasan las horas y los días y no nos responden.
Fracasamos cuando no escuchamos y no nos escuchan. Cuando lo importante es lo mío. La sociedad fragmentada se fue llenando de pequeñeces.
A veces cuesta ponerse en lugar del otro. Para hacerlo hay que tener tiempo. Hay que salir del horario institucional, desprenderse de las ordenanzas, despojarse de muchas cosas materiales y mirar desde otro lugar.
Cuando las cosas van mal, muchas veces la gente insulta o culpabiliza al otro. El sistema nos ha educado silenciosamente para escupir a los demás.
Y no hay diálogo posible cuando ser padre, profesor, maestro, alumno, es tanto parecido a estar en trincheras.
El fracaso es parte de la vida. La preocupación es cómo lo sobrellevamos. Como nos llega. Quién nos dice y qué nos dice la realidad.
Hay algo doloroso en todo esto. Las que se percibe desde el imaginario que construye la sociedad de lo exitoso, de lo aceptable y de lo descartable.
Y es algo natural. El ser humano sobrevivió porque los más aptos lograron sortear diversidades.
Ahora uno tiene el derecho de no escuchar el cassette oficial.
Uno tiene la responsabilidad de afrontar los fracasos como oportunidades. Incluyendo el plan de irnos bien pronto de aquellas instituciones que no nos dejan nada.
Y que algún día la realidad las dejará vacías. Porque algo que es mentira no puede sobrevivir.
En el fracaso educativo está la posibilidad del cambio. Porque significa un enorme esfuerzo de todos. Es cambiar y transformar un sistema en algo que incluya a todos. Incluso aquellos que para el sistema no sirven para nada.
Y en eso hoy está la posibilidad de revolución. Hace un tiempo leí algo maravilloso del filósofo argentino Tomas Abraham, que vive ciertas épocas del año en Colonia pero nadie está enterado.
Él dice que “Estudiar es trabajar, y trabajar implica esfuerzo, dificultad, frustración, goce. Y además te cambia. Uno no es el mismo: hay una especie de conversión.”
¿Qué es enseñar, aprender, estudiar? Eso es lo interesante y es un tema del que nadie habla. Muchas veces el tipo al que le gusta enseñar, que lo siente, que le importa, no tiene director de colegio, ni periodismo, ni los elementos ni los recursos para desarrollar sus ganas. Lo mismo el alumno: da lo mismo si se copó o no se copó con la materia.
No hay cosa más frustrante que un tipo que tiene ganas y no le dan lugar para sus ganas.
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