Por Daniel Abelenda
“Francisco Encarnación Benítez, es quizás, el menos estudiado de los tenientes de Artigas; sólo se relaciona su nombre cuando se hace referencia al Reglamento de Tierras de 1815; y no mucho más.” Profesor Jorge Frogoni Laclau, director del Museo Lucas Roselli de Nueva Palmira.
Finalmente, a comienzos de 1815, con la victoria de Fructuoso Rivera cerca del arroyo Guayabos (y la desembocadura del Arerunguá) sobre las fuerzas porteñas de Manuel Dorrego, Artigas está en total control de la Provincia Oriental y consolida su Liga Federal con Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba. Será su –brevísimo- período de apogeo, y acaso, ¿gloria?
El Protector lanzará su reforma agraria, la más popular de América y su más radical movida política. Pero fue demasiado para los poderosos. Este reparto de latifundios improductivos, le granjeará el odio definitivo de las clase terrateniente, que muy poco después (1816) llamará al Barón de la Laguna, Carlos Federico Lecor, para que invada el territorio oriental.
Nosotros conocemos esto como “La invasión (o segunda, porque hubo otra en 1811) portuguesa; ellos, en cambio, la llamaron “La guerra contra Artigas”, muestra de lo personal que se había vuelto la cuestión.
Así, el 10 de setiembre de 1815, Artigas firma en su cuartel general de Purificación (Depto. de Paysandú) el “Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de la Campaña y Seguridad de sus Hacendados” (mayúsculas en el original).
Dice el Art. 6º. “El Sr. Alcalde Provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar la campaña con brazos útiles. Para ello, revisará cada uno en su circunscripción, los terrenos disponibles; y los sujetos dignos de esta gracia, con prevención que los más infelices sean los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancia (una por beneficiario, de legua y media de frente (7.5 km.) por dos leguas (10 km.) de fondo) si con su trabajo y hombría de bien (había obligación de vivir y trabajar en ella y no se podía arrendar ni vender) propenden a su felicidad y a la de la Provincia. Esta extensión de tierra, que hoy puede parecer inmensa, era sólo lo necesario para una explotación de ganadería extensiva en aquella época.
El Art. 7º. no dejaba lugar a dudas acerca de la filosofía del proyecto: “Serán también agraciadas las viudas pobres si tuvieren hijos. Serán igualmente preferidos los casados a los americanos solteros, y estos a cualquier extranjero”.
Para implementar este ambicioso plan de reforma agraria, Artigas contó con esos Alcaldes y Tenientes en cada “pago” o pueblo, que habla el Reglamento. Tenían el respaldo de la fuerza pública, partidas armadas comandadas “por un sargento y cuatro hombres” y hubo no pocos incidentes para dar posesión a algunos y desalojar a los antiguos dueños, “los emigrados (españoles, portugueses, porteños) los malos europeos y peores americanos”.
En la región suroeste de nuestro país, se destacó nítidamente Francisco Encarnación Benítez, un hombre que había estado con Artigas desde la primera hora, en 1811.
“Era un pardo muy grueso, cuya figura imponía respeto o terror; usaba bota de medio pie, y estribaba con los dedos sobre el estribo; vestía con el traje más fantástico que se pueda imaginar, recolectado en mil destinos”, según lo describe el oficial (artiguista) Ramón de Cáceres, quien lo conoció en Paysandú, en aquellos primeros años de la Revolución.
Otras crónicas, nos dicen que “El pardo” Benítez, como seguramente lo nombraban sus contemporáneos, era un hombre curtido, “valiente hasta la osadía”, y comprometido con la causa federal como pocos. Los hechos históricos, muy escasos, como se dijo, así lo demuestran. Encarnación Benítez morirá en mayo de 1818, peleando fieramente contra los portugueses en las costas del Río San Juan (Depto. de Colonia). (Pero esa es otra historia que merece un capítulo aparte, ¡para no fatigar a nuestros amables lectores!).