El fiscal Alberto Nisman estaba en «perfectas condiciones mentales» antes de aparecer muerto hoy hace cuatro años, tras acusar a Cristina Fernández de encubrir a terroristas, y en ningún momento quiso suicidarse, según relata la investigación «Asesinaron al fiscal Nisman. Yo fui testigo».
«Se trató de instalar que estaba loco. Su autopsia psicológica dio por unanimidad que estaba en perfectas condiciones mentales», cuenta a Efe la periodista Delia Sisro, coautora de la publicación junto al diputado oficialista Waldo Wolff, quien desgrana cómo fue amenazado por buscar la verdad.
El libro se basa en las conclusiones de la causa en la que se investiga lo que le ocurrió a Nisman, que apunta a que fue drogado y asesinado por dos personas por haber denunciado a la entonces presidenta y otros miembros de su Gobierno.
Ese dictamen del magistrado del caso -avalado por una cámara superior- es el que lleva a Sisro y a Wolff a rechazar las voces que apoyan que Nisman se suicidó deprimido, por supuestos negocios oscuros o por darse cuenta de que se había equivocado en su acusación.
«Se ha demostrado que la muerte no obedeció a un suicidio y que habría sido producida por terceras personas y en forma dolosa», subraya la periodista.
Hasta que fue hallado con un disparo en la cabeza en el baño de su casa, Nisman llevaba dos décadas participando de la investigación del atentado contra la mutua judía AMIA de Buenos Aires, que dejó 85 muertos en 1994, sigue impune y que la comunidad judía atribuye a Irán y al grupo terrorista chií Hezbolá.
En su denuncia, presentada solo cuatro días antes de fallecer, Nisman afirmaba que, a cambio de mejorar la relación comercial con Irán, el kirchnerismo pretendió encubrir a los sospechosos del ataque, entre ellos ex altos cargos de ese país, a través de un acuerdo bilateral firmado en 2013 que oficialmente era presentado como forma de esclarecer el ataque, y que nunca entró en vigor.
«Su denuncia no fue ningún mamarracho jurídico, como dijeron. Era muy fuerte y la quisieron tapar con una bala», destaca Sisro, de origen judío.
No obstante, tras la muerte de Nisman, su denuncia fue desestimada, pero fue reabierta en 2016. Posteriormente llegaron los procesamientos, entre ellos de Fernández, que niega el encubrimiento y asegura que el memorándum era el modo de avanzar en el esclarecimiento del atentado.
El libro detalla los análisis de la Justicia acerca de las pruebas que determinan que el fiscal fue asesinado.
También se denuncia una supuesta connivencia entre el poder político y judicial y los servicios de inteligencia para embarrar la investigación.
«No se preservó la escena del crimen y hubo un montón de pruebas que se perdieron», recalca Sisro.
Como ejemplo, señala que se cortó la ropa que vestía Nisman al fallecer, se metió en una bolsa de supermercado y luego en un sobre de papel madera, por lo que dejó de servir como prueba.
«Intentaron decir que estaba borracho cuando en realidad lo que tenía era etanol, que tiene que ver con la fermentación de la comida en el estómago de una persona muerta. Y la ketamina no se la inyectó solo», señala la periodista sobre el papel que ejercieron diversos medios en aquella época.
En el caso por la muerte están solo procesados los custodios del fiscal, por incumplir su deber de protegerlo, y el asesor informático de Nisman, Diego Lagomarsino, como «partícipe primario del homicidio», y sobre quien se llegó a decir que tenía una relación sentimental con el fiscal.
Ese colaborador, que también cree que fue un suicidio -inducido o no-, reconoció que prestó a Nisman el arma que lo mató porque él mismo se la pidió.
«Aquellos que maliciosamente han tratado de instalar una homosexualidad o mostrar escenas de su vida privada lo instalaron porque prefieren tapar la verdad», sentenció la autora.
«No sabemos quién lo mató. Lo diremos cuando lo diga la Justicia», agregó.
Wolff, diputado del gobernante Cambiemos, era en 2015 vicepresidente de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas y había denunciado que el «pacto espurio» con Irán pretendía otorgar impunidad a los sospechosos del atentado.
A pesar de no ser amigos, antes de morir, Nisman le envió una foto de su escritorio con los papeles de la denuncia en la que trabajaba, y desde el primer momento Wolff quiso investigar lo ocurrido, por lo que fue amenazado.
«Nunca ningún Gobierno democrático persiguió a los representantes formales de la comunidad judía como el de Cristina Fernández. El libro no lo escribí, lo viví. No se trata de lo que yo creo sino de lo que dicen las pericias y los hechos y la Justicia», cuenta Wolff en la publicación.
Cuatro años después, Nisman sigue alojado en la memoria colectiva de los argentinos. Y así seguirá, al menos hasta que se determine quién pensó que el fiscal estaba mejor muerto que vivo. (EFE)
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