Aficionado al fútbol, como casi todos los uruguayos, a Jorge Drexler no se le ocurrió mejor definición para un viejo galpón montevideano reconvertido en escuela musical que llamarlo «potrero», ese terreno barrial donde el balompié es protagonista desde el disfrute.
Embajador iberoamericano de la Cultura, y a punto de ofrecer dos recitales en la ciudad donde nació, el cantautor efectuó este martes una visita al programa Iberorquestas Juveniles, de fomento a la actividad musical para jóvenes en situación de riesgo social, bajo el auspicio de la Secretaría General Iberoamericana (Segib).
Y, en presencia de un equipo de EFE, lo hizo acompañado por Ariel Britos, presidente de la Fundación Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Uruguay y director de la Orquesta Juvenil del Sodre, y por Alejo Ramírez, director de la Oficina Subregional Cono Sur de la Segib.
Llevado por una curiosidad casi infantil, halló un instrumento desconocido para él, cuyos creadores, que trabajan en el taller de luthería de cuerda -dentro del programa Iberorquestas-, denominaron como un «arpa vibratoria», por ser precisamente un instrumento con esa forma y cuyas cuerdas resuenan por vibración.
Nadie le había anunciado que era un regalo preparado especialmente para él.
Pero no era el último presente que esperaba a Drexler, quien, tras escuchar atentamente las explicaciones de sus anfitriones, preguntar dudas que se le iban ocurriendo sobre la marcha y visitar las lutherías de cuerdas y vientos, abandonó el viejo galpón para cruzar a la acera contraria.
Allí casi 300 integrantes del Sistema de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Uruguay le recibieron con una versión diferente de sus temas «A la sombra del Ceibal» y «Todo se transforma», que lograron sacar las lágrimas del cantautor.
El músico que dio un golpe en la mesa de Hollywood cuando, en 2005, ante la decisión de la Academia de que el español Antonio Banderas cantara en su lugar «Al otro lado del río», decidió cambiar su discurso como ganador del Óscar por cantar una estrofa, no pudo reprimir este martes la emoción al escuchar una revisión de sus canciones.
Y, superado ese momento inicial, se dedicó a lo que mejor sabe hacer: agarró un micrófono y una guitarra y se sumó a la interpretación de los adolescentes para lograr una atmósfera mágica y poética en el «hall» del Auditorio del Sodre.
Posteriormente, y cuando estaba previsto un encuentro de Drexler con prensa acreditada, Jorge el curioso alzó la voz y preguntó a los chavales si tenían alguna cuestión para él, lo cual se convirtió en un interrogatorio de más de media hora, en el que los jóvenes intérpretes pudieron hablar con su ídolo y referente de mil temas.
Él les explicó que en el Uruguay de su juventud había «muy poca música» por culpa de la dictadura (1973-1985); que el ser humano, como especie, conoce la música desde mucho antes que la agricultura; que «es muy lindo vivir de la música, pero es más lindo aún vivir para la música» y que el miedo al escenario «no se va nunca, solo hay que aprender a relacionarse con él».
Drexler les dijo que la música es una «herramienta de paz y de ciudadanía» y que uno debe «ser exigente con uno mismo de manera muy amorosa», y les insistió en que «no hay que mirar al éxito o a la fortuna a los ojos porque uno termina convertido en estatua de sí mismo».
Les narró que él busca, al escribir sus letras, la magia de las «cosas cotidianas» y, al tiempo, que «con unos acordes y las palabras adecuadas se puede cambiar a toda una generación».
El músico que, horas después, debía actuar en el Auditorio del Sodre dentro de su gira «Silente», pareció olvidarse del mundo, concentrado como estaba en la charla con los jóvenes intérpretes.
El curioso Jorge, que ya se llevaba pegados al alma dos grandes regalos, se despidió del «potrero» musical con el convencimiento de que los integrantes del programa Iberorquestas estaban metiendo «un golazo en la música clásica», que redundará en el resto de sectores.
Concepción M. Moreno (EFE)