Maderas, metales, celulosa, teclas de piano y hasta mandíbulas de animales: todo es susceptible de ser moldeado para el artista plástico uruguayo Gustavo Fernández Cabrera (Montevideo, 1958), quien se ha lanzado a la cruzada de conquistar el vasto mercado chino durante su primera visita a Pekín.
Maestro consagrado y perpetuo estudiante de dibujo, grabado, litografía, cerámica, papel hecho a mano y composición de tapices gobelinos, el charrúa cuenta a Efe que ya maneja una oferta para ingresar en una residencia artística gracias al interés que su arte ha generado entre los coleccionistas de arte del gigante asiático.
«Vine con las obras que me permitía traer en una maleta», explica, como un pez de madera nacido del respaldo de un sillón o un suntuoso caballo hecho a partir de un manojo de alambres oxidados.
Fernández Cabrera, que ha expuesto sus obras desde 1977 en Uruguay, Brasil, Argentina, Europa y Estados Unidos, tuvo claro desde un principio que no podía dejar escapar la oportunidad de visitar un país que le fascina por sus escultores, capaces tanto de construir piezas de bronce «de unos 6 a 8 metros de altura» como de quedarse ensimismados al examinar diminutas piezas de jade.
El artista afrontó su periplo con muchas dudas: «¡Qué podía yo mostrarle a los chinos! Yo, con mis alambres, mi barro… pero fue increíble, tuvo una aceptación muy emotiva», relata.
«Acá no puedes venir a vender humo. Era fundamental traer una obra que fuera lo más representativo y más sentido mío», añade Fernández Cabrera, para quien uno debe «comprometerse con su época y su tiempo» para que el arte pueda hablar por sí solo y llegar así a «un pueblo tan particular y sensible como el chino».
Al exponer en el Museo de Arte Mundial de Pekín, donde se coleccionan, exhiben y se investigan obras de arte extranjeras, el creador uruguayo se dio cuenta de que lo que estaba mostrando gustaba a los coleccionistas porque su trabajo conecta con «un sentir universal que se encuentra en el arte y la filosofía chinas».
Esa conexión, dice, la sintió también al visitar el barrio musulmán de la ciudad de Xi’an, cuna de la civilización china y punto de partida de la antigua Ruta de la Seda, donde vio a los locales trabajar de forma «espontánea» sobre materiales sencillos.
«Hablé con muchos calígrafos. Compré pinceles. Observé su joyería. Las estampas, la escultura, los ceramistas, los escultores. Uno tenía una pintura de 40 metros de largo por 8 de alto. Nunca en mi vida había visto una pintura de ese tamaño, y era de una calidad excepcional», comenta.
Fernández Cabrera cree que a los coleccionistas chinos les ha llamado la atención su obra por su interés hacia el lenguaje artístico occidental pero también por su honestidad: «Me acordé de una frase de Leonardo da Vinci: ‘Pinta tu aldea y pintarás el mundo’. Y eso es lo que he hecho: traer la idiosincrasia uruguaya».
Él, cuando trabaja, dice que viaja a un mundo «tal vez místico» donde alguien le saca el barro de la misma tierra y le habla: «La forma de este pez era el respaldo de un sillón. Un sillón que se había roto y, cuando lo encontré, me dije: un pez», ilustra.
Asimismo, su viaje iniciático le ha brindado una invitación para formar parte de una residencia artística en Pekín con la idea de exponer y vender las obras que produzca, para lo cual piensa perderse por los callejones pequineses en busca de «muebles rotos».
Y regresar al célebre mercadillo de antigüedades de Panjiayuan, en el sureste de la ciudad, donde es posible encontrar ajuares añejos pero también estatuas budistas y hasta pergaminos.
«Hay de todo. Cosas ‘kitsch’, de mal gusto y recargadas, y lo opuesto, algo que tiene un espíritu ‘zen’, budista. Aquí en China de pronto vas a un lugar y hay una piedra parada en el medio que te genera toda una situación espiritual», rememora.
El uruguayo, que también difunde el arte a través de charlas audiovisuales en diferentes instituciones, radio y televisión de su país, cree que Occidente necesita «una buena inyección de espíritu oriental, bajar a la tierra… y frenar la ansiedad», agrega.
Fernández Cabrera asistió el pasado viernes a una ceremonia para presentar una serie de sellos para conmemorar el septuagésimo aniversario de la fundación de la República Popular China y el establecimiento de relaciones con otros países.
En la colección destacan una estampilla suya, «Collage de vaca» (2004), que muestra cómo se alimenta una vaca mientras el universo sigue su curso -para recordarnos lo pequeños que somos-, y otra pieza, fruto de un trabajo al alimón con la china Zhu Shouzhen, que presenta un dragón alado emergiendo del mar, una mezcolanza del taichí y las artes marciales de estilo sudamericano.