Durante dos meses el dramaturgo uruguayo-francés Sergio Blanco se despertó a las cuatro de la mañana para diluir el polvo de la sangre de un toro que murió en una corrida con la tinta para «dibujar» las palabras que componen su nueva obra, «Cuando pases sobre mi tumba».
«Quería jugar a escribir como se escribieron los grandes textos de la humanidad. Quería escribir como escribió Cervantes, como escribió Góngora, como escribió Shakespeare», recalcó a Efe el autor y explicó que, tras dedicarle siete horas diarias a la caligrafía, terminó con mucho dolor de brazo.
De este cuidadoso trabajo salieron cinco cuadernos -los cuales serán expuestos en unos años en el MOMA de Nueva York- aunque, tras pasar por Word, el guion teatral se quedó en 51 páginas.
«Cuando pases sobre mi tumba», que se estrenará el 22 de agosto en el Teatro Solís de Montevideo en el marco del Fidae (Festival de Artes Escénicas de Uruguay), trata de «forma liviana y con humor» temas tan pesados como la eutanasia y la necrofilia.
El relato está escrito en primera persona, pero no es una biografía -entre otras cosas porque narra un suicidio-, sino una «autoficción» en la que Blanco mezcla realidad y ficción.
«No es una ficción que es todo mentira, no es un documental donde es verdad. Tiene esa zona ambigua donde el espectador se pregunta todo, qué es verdad y qué es mentira», explicó el artista, quien detalló que ese relato literario genera un cierto «interés morboso» a la audiencia.
Durante más de una hora, el personaje de Blanco viaja entre la ciudad suiza de Ginebra, donde se entrevista con el médico que se encargará de asistir su muerte, y un hospital psiquiátrico de Londres, para visitar al joven necrófilo a quien donará su cadáver.
Casualmente la lujosa clínica privada suiza se encuentra delante de la que fue la casa de la creadora de Frankenstein, la británica Mary Shelley, gancho que Blanco usa para revivir tanto a la autora como a su creación de cadáveres en la obra.
Blanco -que se planteó usar sangre propia para escribir esta pieza- reconoce que en esta obra, debido a su obsesión por escribir con sangre, también se le podría etiquetar de necrófilo, pero que investigando sobre este tema se dio cuenta de que todo el mundo tiene un poco esta tendencia.
«A veces pensamos que las parafilias nos son ajenas y desde niños cuando se nos cae un diente y lo guardamos, ya es un gesto necrofílico, es una parte muerta de nuestro cuerpo que guardamos», declaró el premiado director de teatro.
Para Blanco, que también señaló que esta patología, tema común en la literatura, esta inclinación por los cadáveres, va mucho más allá de «copular con un muerto».
«El cuento para niños por excelencia, ‘Blancanieves y los siete enanitos’, tiene un episodio de necrofilia extraordinario. Son los enanitos que ven que Blancanieves es tan bella que deciden no enterrarla, la ponen en el bosque para ir a verla todos los días. Y el príncipe cuando llega lo primero que dice es: ‘¡Qué bello este cadáver!’ y lo besa», apostilló.
Asimismo resaltó que es un tema muy recurrente en las obras de William Shakespeare -autor que también es muy mencionado en esta obra-, ya que «Romeo y Julieta» termina con «una escena de necrofilia en una cripta».
«La imagen por excelencia del teatro es la de Hamlet con una calavera de Yorick, que es un bufón, a quien desentierra y besa y después va a meterse en la tumba y va a sacar el cuerpo de Ofelia», defendió.
Otro de los puntos claves de las obras de este creador nacido en Montevideo hace 47 años -aparte de la interconexión de todas sus piezas- es el uso de proyecciones en sus obras para apoyar las ideas que emergen de los diálogos y monólogos.
En esta ocasión, Blanco optó por recubrir el 90 % del escenario de césped, para dar la sensación de un «gran campo verde».
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