Poderosos empresarios, bolsas con millones de dólares y un chófer que durante 10 años anotó en libretas los viajes que supuestamente hacía para dárselas a altos funcionarios del Gobierno. Es «la historia secreta de los cuadernos», un caso que impactó a Argentina hace un año y ahora se convierte en documental.
«A todos en algún punto nos cambió la vida», cuenta a Efe Diego Cabot (La Pampa, 1970), el artífice de una intensa investigación periodística que desveló la presunta trama de corrupción más grande de la historia del país y cuyos pormenores y secretos desgrana un documental ya estrenado en internet.
La madrugada del 1 de agosto de 2018 quedará clavada en la retina de la opinión pública. Por sorpresa y en operativos dignos de película de Hollywood, algunos de los más importantes empresarios argentinos y ex altos cargos de los Gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y su esposa Cristina Fernández (2007-2015) acabaron entre rejas acusados de haber integrado una enraizada red de sobornos.
Los «verdaderos beneficiarios» de esas millonarias dádivas, eran, según la investigación judicial, el matrimonio presidencial y su ministro del área de obras públicas, Julio de Vido.
Pero lo que ocurrió ese día y lo que vino después -la causa sigue abierta, a la espera de llegar a juicio oral- no fue sino la guinda judicial a meses de trabajo periodístico comandado por Cabot, prosecretario de redacción del diario La Nación, y dos de sus alumnos del máster en el que da clases, Santiago Nasra y Candela Ini.
Este «desafío periodístico enorme», el más importante de su carrera, según relata el también abogado, comenzó cuando en enero de 2018 llegaron a sus manos los cuadernos, fotografías y filmaciones efectuadas por Oscar Centeno, chofer de De Vido y del subsecretario de Coordinación de su cartera, Roberto Baratta.
En ese material, el conductor, que fue el primer arrestado en la tarde del 31 de julio, plasmaba con detalle cómo durante una década llevó supuestamente bolsas rebosantes de billetes de parte de empresarios contratistas de obra pública a miembros del Ejecutivo, entre ellos al matrimonio Kirchner en su residencia oficial o en su apartamento privado de Buenos Aires.
«El hombre que me dio los cuadernos es un amigo del famoso remisero (chófer) que vivía pared por medio conmigo (era vecino) desde hacía varios años. Él se arrimó a mí por primera vez hace mucho tiempo porque había leído un libro mío», afirma el periodista.
Según relata Cabot, cuando Baratta fue detenido en octubre de 2017 por otra causa, Centeno decidió encomendar a su amigo Jorge Bacigalupo todo ese material, para que lo cuidara por si acababa siendo también arrestado.
Y Bacigalupo, ese vecino, avisó al periodista de que tenía consigo esa caja. Se la prestó y ya no hubo marcha atrás.
«No era un caso de corrupción aislado. No era un funcionario díscolo que lo seducían algunos ceros de un cheque de un empresario. Era un sistema armado y permanente en el tiempo, con nombres tremendamente fuertes», sentencia Cabot.
Con todo el material de Centeno en sus manos, y con dudas sobre cuáles podían ser las intenciones reales de su fuente y del propio chófer, Diego Cabot y sus alumnos, con la validación de dos de sus superiores en el diario, comprobaron datos, cotejaron matrículas de coches y trataron de hilvanar lo que el conductor narraba, para saber si era cierto.
«Trabajábamos desde las 10 de la noche hasta las 3, 4 de la mañana», cuenta.
Fue a principios de marzo del año pasado cuando Cabot se planteó publicar todo lo logrado y tratar que su vecino, devenido en fuente periodística, convenciera a Centeno de que le diera una entrevista. Pero no tardó en llegar el primer mazazo: Baratta fue puesto en libertad y el chofer, quizá con menos miedo a ser detenido, le pidió a Bacigalupo que le devolviera los cuadernos.
Sin otra opción que entregar el material, el periodista tomó copias en alta definición y se lo devolvió a su vecino, quien se lo entregó a Centeno y éste lo quemó.
Solo quedaba hablar con la Justicia.
«Nosotros no podemos hacer inteligencia, intervenir teléfonos o cruzar datos de bases oficiales porque no tenemos acceso ni las facultades de hacerlo», argumenta Cabot.
Así comenzaron las conversaciones con el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadio, quienes ya dirigían varias de las causas que afectan a la cúpula del kirchnerismo y que decidieron impulsar las detenciones aquel 1 de agosto.
Solo cuando la Justicia actuó, el diario de Cabot decidió publicar. Y ese trabajo, cauteloso y silencioso, se convirtió en uno de los más grandes hitos periodísticos del país, que le valió en abril pasado el Premio Rey de España de Prensa.
En lo que respecta al caso judicial, un año después en torno a 175 son los procesados -la gran mayoría empresarios-, entre ellos la propia Fernández, considerada la «jefa» de esa red y con una orden de detención que no se hace efectiva por ser senadora y tener fueros.
Mientras ella, actual candidata a vicepresidenta del país, atribuye estas y otras acusaciones a una «persecución judicial», de forma paralela otro juez investiga una presunta red de espionaje político-judicial en la que el fiscal Stornelli está imputado, que es considerada por diversos sectores como una maniobra de manchar y poner en duda «la causa de los cuadernos».
«Tiene mucho que ver con la intencionalidad de esa etapa en la opinión pública, que es (hacer pensar) que cuando ya no puedes tapar los hechos… ‘más vale que seamos todos corruptos'», ironiza Cabot, quien a pesar de haber destapado la caja de los truenos, ha decidido no depender de custodias y hacer una vida normal.
Rodrigo García (EFE)
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